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PREFACIO - TEMA I - TEMA
II - TEMA III
TEMA I. EL PENSAMIENTO PRECIENTÍFICO
ESQUEMA-RESUMEN
1.PRIMITIVISMO Y ETNOCENTRISMO
1.1. Niños, locos y magia
2.DESEO Y REGULARIDADES OBJETIVAS
2.1.El ritual
3.LA MENTE ARCAICA
3.1. Lo literal y lo metafórico
4.RASGOS DEL MITO
4.1. Dramatización, y conflicto
4.1.1.El rito eleusino en particular
5.ESCRITURA Y LÓGICA
6.LA REVOLUCIÓN NEOLÍTICA
1. Hablar de «pueblos primitivos» remite muchas veces al
acto de mirarse cada grupo humano su propio ombligo con gran complacencia,
una operación que se conoce como etnocentrismo1.
Con gran soltura metemos en esa rúbrica civilizaciones antiguas
o extinguidas, países simplemente depauperados y comunidades
sin escritura (ágrafas) supervivientes, ejercitando un velado
o abierto desprecio hacia modos de concebir el mundo distintos
del nuestro. Esta tendencia a ignorar, a exponer tendenciosamente o
a condenar lo distinto -denominador común de muy distintas culturas-,
tiene la más primitiva de las raíces, y es sin duda la
construcción más endeble desde una perspectiva científica.
Por otra parte, sólo la civilización occidental contemporánea
destina recursos a preservar, estudiar y difundir manifestaciones de
cualesquiera otras civilizaciones. Los departamentos de Arqueología,
Filología, Historia y Antropología de nuestras Universidades
se dedican a ello precisamente, y confundiríamos etnocentrismo
con progreso (en ciencias y técnicas) pensando que la
perspectiva occidental deforma otras civilizaciones y culturas en
mayor medida que éstas la deforman a ella. Dicha aclaración
es oportuna ante tesis como las de E.Said2,
a cuyo juicio Occidente prefiere ignorar la realidad de otras culturas,
aunque él palestino de origen, nacionalizado norteamericano-
lleve décadas enseñando instituciones e historia árabe
en Universidades norteamericanas. Cuando las rentas del petróleo
sufraguen en Riad, Kuala Lumpur o Teherán cátedras como
la de Said en Columbia (Nueva York), donde profesores occidentales expliquen
libremente instituciones e historia occidental, la balanza empezará
a equilibrarse. Por ahora, ninguna otra civilización ha introducido
el etnocentrismo como instrumento de autocrítica, y sólo
en sus territorios florecen becas para cultivar la antropología
comparada.
Said mantiene que los estudios occidentales sobre Oriente son
un sistema eurocéntrico de prejuicios y estereotipos,
que pasa por alto tanto matices individuales como la empresa común
de fomentar la comunidad humana. Bien podría ser, y no
deben escatimarse medios para sopesar cuidadosamente esos cargos. Pero
aguardamos aún investigaciones no-occidentales sobre Occidente,
que nos ayuden a superar prejuicios y estereotipos orientalistas.
El libro de Said es inservible a tales fines, pues más
que evaluar los estudios occidentales sobre Oriente (que allí
se consideran discursos de poder, ficciones ideológicas
y grilletes forjados por la imaginación) será preciso
enseñarle a Occidente cosas sobre sí mismo. Por ejemplo,
William Jones desenterró el sánscrito cuando los
brahmanes sólo hablaban dialectos locales, permitiéndoles
así volver a leer los textos escritos por sus ancestros3,
y ya desde niños los europeos están familiarizados con
peripecias de Las mil y una noches gracias a entusiastas traductores
como Richard Burton. Si los occidentales desbarran cuando tratan
de describir a Oriente, ¿qué rasgos caracterizan la descripción
inversa, o es que acaso no existe? Y si existe ¿está teñida
por discursos de poder, ficciones ideológicas y grilletes
forjados por la imaginación? Como cualquier tarea que se
posponga al día de mañana, su resultado resulta imprevisible.
1.1. Despejados estos puntos elementales sobre el etnocentrismo, centrémonos
en lo primitivo. Tras gozar de una acogida muy entusiasta,
la idea psicoanalítica de fundir infancia, mentalidad
«primitiva» y ciertas formas de trastorno mental4
como manifestaciones de un mismo proceso ha ido hallando más
y más oposición. Intentemos ver sumariamente las razones
a uno y otro lado.
Una niña de tres años, sintiendo una corriente de aire
fresco, corre a tapar un muñeco «para que no se acatarre»;
es incapaz en apariencia de distinguir lo vivo de lo muerto, aunque
posea miles de experiencias sensoriales que atestiguan claramente la
distinción entre unas cosas y otras. He ahí un paralogismo,
expresión para indicar algo con apariencia lógica aunque
desprovisto de lo fundamental en lógica. Los paralogismos
infantiles, añadimos, vienen de que su aprendizaje de la lengua
se verifica siguiendo cauces lúdicos o de juego, con un método
bastante mecánico de tanteos, donde la confusión entre
modos distintos de ser y juzgar (confusión categorial)
se usa al comienzo de la vida, y luego va desechándose espontáneamente.
Ahora fijémonos en otro acto: el sacerdote levanta una fina oblea
y dice que es carne y sangre de un difunto resucitado. Los paralogismos
del ritual religioso, nos diremos, cubren del mismo modo la liturgia
católica, la de los bantúes y la del megalítico
cretense; tienen siglos y milenios, no se pueden explicar sin más
como etapas precoces en un aprendizaje por tanteos, y deben provenir
de una diferencia cultural, siendo etnocéntrico aplicarles el
concepto racionalista de paralogismo.
Supongamos, por último, que se trata de alguien que sólo
conversa con el cadáver de algún insecto hace semanas.
Los paralogismos del loco, diremos, no tienen ni el carácter
de una actitud cultural independiente ni el de etapas en un aprendizaje,
sino el de anormalidades penosas.
Evidentemente, no pueden medirse por el mismo rasero la infancia,
ciertos pueblos y religiones y la esquizofrenia paranoica. Sin embargo,
lo que asombró grandemente a Freud fue que siendo
fenómenos tan dispares produjesen una y otra vez paralogismos
en definitiva tan idénticos. Esto sería en si un paralogismo
típico el de pars pro toto o identificación
de algo por meros predicados si no fuese porque en vez de dogmatizar,
a la vez, sobre la infancia, el hombre primitivo y la enfermedad mental
lo que esa coincidencia sugiere es algo distinto, identificable como
unidad del pensamiento mágico. La niña que protege
el muñeco del frío, la transubstanciación litúrgica
del pan y la charla del llamado esquizofrénico con un cadáver
son meras variantes de una sola operación, que mezcla categorías
dispares como, por ejemplo, si quisiésemos sumar ángulos
y temperaturas, manzanas y sonidos. .
Deshacer esa operación de mezcla arbitraria exigirá el
titánico esfuerzo del Organon aristotélico, que
estudiaremos más adelante. Pero no debe escapársenos que
a las dificultades intrínsecas del correcto razonar sobre el
mundo físico se añade, como factor decisivo, la inercia
del punto mágico de partida.
2. Antes del pensamiento que aspira a una coherencia lógica
hallamos fe en una u otra magia. Tal como en el hombre individualmente
considerado la infancia con sus específicas modalidades
de juicio y acción constituye el comienzo, así también
en la historia de la humanidad lo originario parece ser siempre el pensamiento
mágico.
Magia es cualquier conexión inmediata entre voluntad y
mundo; en otros términos, es el poderío directo
del espíritu sobre lo natural. Cuando un lactante tiene hambre
no localiza alimento y se lo prepara, sino que simplemente llora. El
deseo de comer motiva llanto, y ese ritual instintivo teniendo
cuidadores cerca produce la perseguida modificación del
medio. Casi tan espontáneamente como el niño llora, el
hombre religioso reza. A este nivel básico la magia se contrapone
ante todo al trabajo, que podemos llamar también «paciencia
de lo negativo» (Hegel), cuya modificación del medio se
verifica por un conocimiento imparcial de las circunstancias,
y una acción acorde con ellas. Es la diferencia que hay, por
ejemplo, entre suplicar lluvia del cielo en verano y construir un aljibe
que recoja la del invierno. Para construir el aljibe se requieren conocimientos,
previsión y, sobre todo, la amarga certeza de que el mero deseo
no basta para producir lo deseado. Parece innecesario añadir
que la técnica y la ciencia en general constituyen el resultado
de aceptar el camino indirecto del trabajo, la mediación
del deseo, frente al «sueño de omnipotencia» (Freud)
que inspira su simple expresión ritualizada.
2.1. Aquí debemos ver el doble lado que impone el reino del
deseo al establecerse. La magia persigue que algo exterior o independiente
obedezca a una voluntad particular, y esa misma pretensión dota
a lo exterior de voluntad también. La proyección
del deseo sobre lo objetivo hace que cada cosa del mundo posea deseo
a su vez. El universo, dotado entonces de una ilimitada vitalidad y
contornos difusos, obedece a innumerables fantasmas y fuerzas, tanto
aliadas como hostiles. Eso produce un ánimo entre el pánico,
el júbilo y el estupor, cuyo primer control sistemático
es el ritual.
Por rito mágico entenderemos cualquier ceremonia basada
en una afectación por «simpatía» y tendente
a obtener el favor de los dioses. Ceremonia es cualquier secuencia
fija y minuciosa de actos visibles en relación
con propósitos definidos (la ceremonia tradicional del té
entre los chinos, por ejemplo, con sus sesenta y cuatro movimientos
reglados). En el estadio más primitivo son dioses todos
los objetos, que se jerarquizan de acuerdo con lo fundamentales que
sean para cada individuo o grupo. La presión del deseo hace que
cuanto menos interno y subjetivo sea el objeto más divino aparezca.
Pensemos en un río como el Nilo. Comparado con las exigencias
diarias de nutrición y cobijo de los humanos, el curso de agua
es un viviente imperturbable que nada necesita y nada pide, pero del
cual depende la riqueza o la más desoladora miseria. La forma
mágica de reaccionar ante ello es una colección de ritos
que conecte las crecidas del río con la perentoriedad de las
necesidades humanas. El Nilo es un dios, y serán dioses todos
los objetos a quienes se otorgue un espíritu particular.
3. Observemos, sin embargo, que en el talante mágico no todo
es proyección irreflexiva. Un gran egiptólogo, H. Frankfort5,
mantuvo que la diferencia fundamental entre el hombre antiguo y el moderno
es que para el segundo los fenómenos de la naturaleza son impersonales,
neutros, mientras para el primero son en general un «tú»,
situado a caballo entre lo pasivo de la impresión y lo activo
de la fantasía. En sus propias palabras:
«El tú puede ser problemático
pero es, a pesar de ello, transparente. El tú es una presencia
viva y única. Tiene el carácter sin precedentes e imprevisible
de lo individual, cuya presencia sólo se conoce en cuanto se
revela por sí misma. El tú no es simplemente contemplado
o comprendido, sino experimentado emocionalmente (...) como vida que
se encara a la vida e implica todas las facultades del hombre en una
relación recíproca» 6
.
Por lo mismo, en el pensamiento prefilosófico no hay sólo
estupor, gratitud y pánico ante objetos subjetivizados, ni un
mundo poblado básicamente por espíritus de los muertos.
Hay también un universo lleno de vida, abierto al asombro
de lo maravilloso, ajeno a rutina, donde lo singular y lo inmenso se
funden. No es exacto decir que el hombre arcaico anima lo inanimado,
porque en realidad no hay nada inanimado para él. No se
adapta a la «paciencia de lo negativo», pero tampoco tiene
ante sí una realidad desnudada de substancia física como
los actuales hechos. Los hechos (facti en latín)
ofrecen un horizonte de gris facticidad que aquí falta. Lo que
hay es una fluencia incesante de lo subjetivo y lo objetivo donde todo
resulta misterioso, elocuente e intenso. Así, su experiencia
desconoce el tedio de la monotonía y las representaciones abstractas.
En el acontecer ve acciones, que no intenta descomponer analíticamente
en fragmentos sino captar como totalidad significativa en sí
misma. Sol, árbol, valle, hombre, nube son primordialmente operaciones,
que así resultan narrables.
3.1. Siguiendo esa línea llegamos a las leyendas y a los mitos
orales, donde lo real se relata metafóricamente, esto
es: desbordando el significado literal de las palabras. La metáfora
une términos en principio heterogéneos, descubriendo entre
ellos una analogía. De ese modo acumula lo excepcional y lo natural,
lo subjetivo y lo objetivo, la pura ceremonia del rito y el germen de
su justificación.
Ju-Ok, el creador, hizo una gran vaca blanca que surgió
del Nilo, dando nacimiento a un niño y amamantándolo.
Esta leyenda de los shiluk (un pueblo africano contemporáneo)
ilustra cómo eventos múltiples pueden unificarse gracias
a el creador-, pero sin extraer de ello un pensamiento generalizable
a otras circunstancias. En sus formas más esquemáticas,
las leyendas contienen alguna visión singular de lo real.
Exponen un hilo de actividades e ilustran con vivacidad unos sucesos,
pero no pretenden tanto explicar como poner en palabras
cierto culto. Comparemos el relato anterior con este otro del antiguo
Egipto:
Atum, el hombre primordial, surgió de las aguas. Sus primeros
hijos fueron el aire (shu) y la humedad (tefunt), que
engendraron a la tierra (geb) y el cielo (nut).
Aquí la idea de una génesis cierta estirpe- se
encuentra completamente desarrollada, y merced a ella la diversidad
multiforme se reconduce a cauces unitarios. De algo surge todo,
que tampoco es un amasijo de cosas simplemente diversas, sino una raíz
de combinación como cuatro elementos (aire, agua, tierra y cielo).
Cuando la leyenda pasa de su forma oral a escritura, y cobra esa unidad
interna que suministra un sentido general a sus propios términos,
nos hallamos ya en el elemento del mito.
4. El mito es pensamiento intuitivo, dotado de cierta lógica
peculiar, que produce una «visión» no arbitraria
o sólo personal del acontecer. Al contrario, es una forma muy
concisa y profunda de transmitir experiencia.
El mito usa siempre varios planos de significación, y ha logrado
maestría en el dominio de la metáfora, que como
vimos- es una manera de sobrepasar el sentido literal de las palabras.
Su procedimiento consiste en narrar una historia de otros como la nuestra
y viceversa. Hace una crónica dentro de otra crónica,
que justamente así puede expresar con hondura algo sobre la condición
humana y el mundo.
Pensemos en el mito hebreo del pecado original, con la elección
entre los frutos del árbol de la vida y el de la ciencia.
La serpiente preguntó a Eva si Dios le había prohibido
comer de algún fruto del jardín. Ella respondió:
podemos comer el fruto de cualquier árbol del jardín
salvo el que se encuentra en su centro; Dios nos ha prohibido comerlo
o siquiera tocarlo, y si lo hacemos moriremos. La serpiente repuso:
Por supuesto que no moriréis. Dios sabe que tan pronto
como lo comáis se os abrirán los ojos, y seréis
como dioses, conociendo tanto el bien como el mal. Y cuando Eva
vio que los frutos de ese árbol eran buenos de comer y atractivos
tomó algunos y los comió. También dio algunos a
su hombre, y él los comió. Entonces los ojos de ambos
se abrieron, y descubrieron que estaban desnudos, por lo cual se cubrieron
entrelazando hojas de higuera (Génesis 3, 1-7).
Los conceptos básicos aquí son que ser humano equivale
a separarse de la vida animal (con su inocencia o inconsciencia),
y que saber nos equipara a dioses (por capacidad de creación,
y por discernimiento moral), aunque a la vez descubre la necesidad del
dolor y la muerte, exigiendo de inmediato nuestro esfuerzo.
Y dijo Dios a Adán: Porque has escuchado a tu mujer,
y comido del árbol que te prohibí, maldigo el suelo que
pisas. Con trabajo te dará el alimento de cada día. Te
ofrecerá espinas y cardos, condenándote a comer plantas
salvajes. Te ganarás el pan con el sudor de tu frente hasta que
vuelvas al suelo del que saliste, porque polvo eres y allí regresarás
(Génesis, 3, 17-19).
4.1. Yáhvéh, el Dios del judaísmo, ha lanzado maldiciones
comparables a la mujer y a la serpiente unas líneas antes, pero
aquí sólo nos interesa cómo el Edén, los
distintos árboles y el resto de circunstancias particulares son
conceptos dramatizados. Un Dios irritado por criaturas díscolas,
el humano destino del trabajo y otros elementos de la descripción
bíblica ponen en escena un grandioso conflicto de ideas,
que lamenta dejar atrás la inconsciencia animal (el puro instinto)
y a la vez se enorgullece de haberlo hecho, aunque sea secretamente.
En cualquier caso, describir la densidad y sutileza del mensaje transmitido
por el mitógrafo hebreo en unas pocas líneas exigiría
docenas o centenares de páginas escritas en prosa analítica,
cuyo efecto final no mejoraría probablemente en nada la comprensión
del núcleo que trata de comunicarse. Aquí reside la grandeza
del mito: es un discurso poético que todos entienden,
sin por ello degradarse a moraleja simplista.
En la mitología sumeria, por ejemplo, esta ruina de lo natural
inmediato al consolidarse la cultura se expresa mediante la historia
del salvaje Enkidu, compañero del semidiós Gilgamesh,
que vivía entre los animales y hablaba con ellos, pero que al
ser iniciado en el amor carnal gracias a una ramera sagrada (sacerdotisa
de Ishtar) deja de poder comunicarse con las bestias, y de ser obedecido
por ellas. Cuando Enkidu muere tras insultar a Ishtar, la Venus
sumeria-, a su amigo Gilgamesh no le queda sino seguir adelante
con la carga de finitud e indigencia adherida a la condición
humana.
4.1.1. El mismo procedimiento de dramatizar conceptos, y hasta cierto
punto el mismo conflicto, aparece en otro de los mitos capitales en
la cuenca mediterránea, que describe el paso del Paleolítico
(cazador y nómada) al Neolítico (agrícola y sedentario).
Perséfone7,
hija de Démeter, diosa de la fertilidad, es raptada mientras
recoge flores del campo por Hades, dios de las moradas subterráneas
que confinan a los muertos. En represalia, la diosa decreta una plaga
de esterilidad sobre la tierra, que motiva un cónclave de dioses
y una solución de compromiso: en lo sucesivo, Perséfone
pasará la mitad del año junto a Hades y la otra mitad
en la superficie, junto a su madre.
Perséfone representa el cereal que Démeter regala a los
hombres, conmemorando el retorno de esa hija con la fundación
de sus Misterios en Eleusis. Al igual que la espiga, Perséfone
desaparece tras producir grano, y sólo resurge con la siguiente
primavera. Pero en ese mito no sólo resuena el nacimiento de
la agricultura, sino ante todo la comprensión y
aceptación del destino de los vivientes en general, que
es precisamente morir. Los Misterios de Eleusis, celebrados todos
los años en otoño (durante casi dos milenios), celebraban
las relaciones de lo subterráneo con la superficie, reconciliando
a sus fieles con el ciclo total de la vida.
Era sabido que los administradores o hierofantes del Misterio
distribuían una bebida ritual llamada kykeón compuesta
en principio por harina y menta. Hace poco comprendimos que demasiados
factores convergentes apuntan a la presencia allí de ergina,
un pariente muy próximo de la LSD, merced a cierto parásito
de los cereales (el hongo Claviceps purpurea o cornezuelo) que
sigue siendo muy abundante en toda la llanura de Eleusis. Procedimientos
muy sencillos, como sumergir las gavillas de cereal parasitado en agua,
luego reservada como fluido para el kykeón, permitían
a los hierofantes provocar trances intensos de ebriedad en el millar
o más de peregrinos (mystes) iniciados solemnemente cada
año por medio de una ceremonia nocturna. La cuidadosa preparación
del rito, que incluía atravesar unos Misterios menores
meses antes de los mayores, y el propio marco ceremonial,
aseguraban que esos trances visionarios se experimentasen como iluminación
sagrada, explicando de paso cómo personas de sobriedad intelectual
indiscutible (Esquilo, Sófocles, Platón, Aristóteles,
Cicerón, Marco Aurelio, etc.) mantuvieron un respeto reverencial
por la experiencia. Myo, raíz de mystes y de mysterion,
significa cerrar la boca, callar y, en efecto,
todos los peregrinos juraban por su vida no revelar detalle alguno de
su iniciación.
Aquí tenemos un ejemplo de mito y rito con apoyo botánico,
esto último sumido en absoluto secreto para los propios iniciados
que, por cierto, jamás repetirían experiencia-,
gracias al cual podemos colegir el sentido de otros muchos Misterios
oficiados en la cuenca mediterránea ya desde antes de Homero,
que sólo cesaron al convertirse el cristianismo en religión
oficial del Imperio romano. Los europeos no descubrieron complejos mítico-rituales
análogos hasta el descubrimiento de América.
5. Lo común a los grandes mitos escritos es que la mentalidad
propiamente primitiva ligada a la sensación y el deseo
inmediato, a la magia directa está ya en retirada.
El mundo va dejando de ser ese «tú» jubiloso y terrible
donde se funden lo interior y lo exterior, la emoción y la impresión
sensible, lo subjetivo y lo objetivo. Con la portentosa sobredeterminación8
que exhiben en cada mínimo detalle, esos mitos indican que el
pensamiento se fortalece con la revolución agrícola y
urbana, y que los más viejos ritos van recibiendo un sentido
intelectual propiamente dicho. Han ido desgajándose estratos
o niveles de significado en el discurso mitológico, y se van
perfilando con ello las categorías relacionales (unidad,
pluralidad, coexistencia, exclusión, sucesión).
Este progreso representa una creciente separación, una
ruina de la naturalidad anterior y un brusco despertar del sueño
dogmático de la omnipotencia. El mito elabora las razones
de la muerte, las consecuencias de la civilización, la renuncia
al acuerdo inmediato e ilusorio del impulso interno y las
cosas exteriores. Desde el principio toma el conflicto y la oposición
como fondo último de la existencia: cada día el Sol ha
de «vencer» a las tinieblas, los dioses benéficos
a los maléficos, los héroes a los monstruos, el orden
al caos, las aguas al fuego y el fuego a las aguas. El conflicto último
está sin duda en vencerse el hombre a sí mismo, dominar
su miedo, someter sus inclinaciones más particulares a lo común,
hacerse capaz de soportar la verdad de su propia insignificancia en
el concierto cósmico. Para el que logre esto hay un presentimiento
todavía oscuro aunque consolador, que es llegar a conocer
no sólo a invocar los principios de las cosas.
6. Los restos humanoides más antiguos parecen corresponder al
período llamado Pleistoceno, era de las grandes glaciaciones.
El pitecantropo, primer homínido creador de cultura, dispone
ya del fuego y utiliza instrumentos de sílex, un tipo de piedra
astillable. Hacia el 50.000 antes de nuestra era puede asegurarse que,
agrupados en hordas poco numerosas, nuestros antepasados se dedican
a pescar, caza y recoger frutos. Viven en cavernas, salientes rocosos
y chozas de piel. Hay entre ellos individuos representados con bastón
de mando, signos de una veneración por la fecundidad, y canibalismo
ritual.
El cuarto período glaciar, llamado de Würm, termina
hacia el 10.000 a. C., iniciándose a partir de él un proceso
de desertización gradual. A partir de entonces comienzan a domesticarse
algunos animales, y los restos de cadáveres incinerados, atados
o inhumados en tinajas indican preocupación por el después
de la muerte. Entre el cuarto y el quinto milenio comienza la llamada
revolución neolítica (término de Gordon
Childe) con cultivo agrícola, cría de ganado, cerámica,
transporte fluvial (en barcas de piel) y terrestre (carros de ruedas
macizas), metalurgia, progresos en la construcción (ladrillos,
megalitos), tejidos y cestería.
La consecuencia inmediata de la revolución neolítica es
un rápido aumento de la población, que al coincidir
con la desertización de grandes extensiones impone una migración
hacia valles fluviales. Las primeras culturas urbanas que
Wittfogel llamó «culturas hidráulicas»
diversifican y jerarquizan el trabajo; tras el rey-pontífice
aparecen sacerdotes, guerreros, funcionarios, artesanos, comerciantes,
labradores, siervos y esclavos. El fortalecimiento de la interdependencia
crea una prestación gratuita de trabajo personal (corvea) y la
entrega de bienes (tributos). La ciudad-mercado está regida por
ideas teocráticas, con representaciones de un juicio posterior
a la muerte y ofrendas a los difuntos. Hacia el siglo XXXV a. C. aparecen
en Uruk, precisamente como medio auxiliar para la contabilidad
del gran templo (donde se verifican los préstamos con interés
y las ceremonias sagradas), aparecen las primeras tablillas de arcilla
escritas. Con la escritura comienza la historia propiamente
dicha.
REFERENCES
1 De
ethnos, que significa raza y pueblo.
2
Orientalismo, Ed. Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1990.
3 Jones
(1746-1794), que llegó a dominar 28 lenguas, fue magistrado inglés
en Calcuta y fundó la lingüística comparada al establecer
parentescos entre el sánscrito y el griego clásico, considerándolos
ramas del indoeuropeo.
4 Dos
obras de S. Freud -Totem y tabú y Moisés y el monoteísmo-
son el mejor ejemplo de esta orientación.
5 H.
y H. A. Frankfort, El pensamiento prefilosófico, 2 vols.,
FCE, México, 1958.
6 Frankfort,
vol I, pp. 16-17.
7 Artemisa
en latín, del mismo modo que la Démeter romana es Ceres.
8 Por
sobredeterminación se entiende el hecho de que cada elemento aislado
posea más de un sentido. Freud acuñó este
término inicialmente para definir la densidad de relaciones (muchas
veces contradictorias) vigentes en detalles de los sueños. Luego
lo utilizó también para síntomas y fantasías
de sus pacientes y, por último, para cualesquiera producciones
de la vida psíquica. En este sentido la sobredeterminación
es una especie de metáfora no verbal, que permite al significado
deslizarse sobre distintos significantes auditivos, visuales, etc. .
BIBLIOGRAFÍA
H. FRANKFORT, Reyes y dioses, Alianza, Madrid, 1981.
E. CASSIRER, The Philosophy of Simbolic Forms, vol. II (Mythical
Thought), Yale Univ. Press, New Haven, 1965. Hay traducción
española en Fondo de Cultura Económica, México.
©
Antonio Escohotado
http://www.escohotado.org
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