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La semilla de una clase media
«Sería absurdo imaginar que los seres humanos
rinden más cuando trabajan para otros que cuando lo hacen
por su cuenta.»
A. Smith1.
Una sociedad inmóvil o cerrada distribuye
las funciones por castas endógamas, que no pueden compartir
mesa, techo y lecho, y fija taxativamente las actividades que
cada una puede desempeñar. La pirámide hindú,
que es quizá el ejemplo más estable de comunidad
cerrada, divide el cuerpo social en clero (brahmins), príncipes
(shatrias), comerciantes (vaishas), operarios (shudras)
y descastados o intocables (dalits). En el esquema altomedieval
los clérigos hacen de brahmins, los señores de shatrias,
los campesinos de algo a caballo entre shudras y dalits
(aunque quizá peor, pues asumen una carga vitalicia y hereditaria
de trabajos forzosos para otro) y los vaishas desaparecen.
De hecho, ya el primer y el segundo estamento
ignoran la más elemental pulcritud de casta, pues abades,
obispos y cardenales son hermanos, primos y sobrinos de reyes,
duques y condes. Aunque les convenga el inmovilismo, su opción
protector/protegido está más cerca de servir como
precedente para la Cosa Nostra que de armonizarse con estructuras
político-sociales pretéritas. Sacar adelante su
versión del orden social ha provocado entre otras cosas
que toda propiedad inmobiliaria esté enfeudada, y que noventa
y nueve de cada cien individuos vivan de usufructuarla en cuotas
mayores o menores. Pero han empezado a surgir gentes sin arraigo
y no por ello lanzadas a la mendicidad. Carecer de aquello que
alimenta al resto la tierra se compensa disponiendo
de un efectivo que puede cambiarse ventajosamente por cualquier
servicio. Marinos o caravaneros en origen, cuando no ambas cosas,
empezar siendo un grupo estadísticamente mínimo
no altera que estén llamados a crecer de modo exponencial
en número y recursos. Su lote de soledad, emboscadas e
incertidumbre, disuasorio para casi todos, deja de serlo cuando
su profesión esté protegida por las murallas de
cada burgo.
El ímpetu se concentra siempre en los
primeros instantes, cuando el objeto pasa de la indiferencia a
la animación de un movimiento, y a partir de ahora los
negotiatores nadan a favor de la corriente, porque el transporte
multiplica las rentas de cada entorno sin perjuicio de multiplicar
las de cada transportista. Pagar el diezmo, por ejemplo, sólo
asegura no ser excomulgado; pagar el 10 por 100 de recargo en
tales o cuales mercancías revierte para la población
del campo y la ciudad en la posibilidad de satisfacer su renta
con dinero, descargándose de impuestos en trabajo. Precisamente
gracias al negotiator, quienes antes prestaban servicios
gratuitos para asegurarse la subsistencia pasan a vender toda
suerte de bienes, logrando lo mismo sin someterse a servidumbre.
Por otra parte, las épocas cumplen sus
hitos de modo en buena medida inconsciente, y en este momento
hay objetos mucho más apasionantes que el foco creador
de clase media. Territorios antes aislados no tardan en sobrevalorar
su producto y aparecen fenómenos de superpoblación
en regiones cuyos excedentes son todavía muy pequeños2,
alimentando una conflictividad social que irá en aumento.
Pero ese exceso de las expectativas sobre los recursos apenas
llega a las crónicas, si se compara con la noticia de que
estén cumpliéndose mil años de la Pasión.
I. Arbitrajes espirituales y arbitrajes materiales
Un rey-monje como Carlomagno, por ejemplo, que
engendra al menos un centenar de hijos ilegítimos3,
no resiste al examen de burguenses cuya vida en espacios
muy reducidos les ha enseñado a soportar e imponer la presión
del qué dirán. Sus superiores les parecen simples
embusteros, presididos por una «Iglesia que trata al clero
inferior como siervo [
] siendo en todos sentidos lo contrario
de la pobreza apostólica»4.
Las masas rurales, algo más lentas a la hora de formarse
criterio, se sumarán a este reproche con súbitas
explosiones de violencia que consuman hordas de párvulos
electrizadas por profetae milenaristas.
Llega un nuevo capítulo en la tradición
autocrítica del cristianismo, al mismo tiempo que una dinámica
de tensiones dentro del burgo. En la Roma republicana uno de los
resultados de la primera guerra social fue que la llegada del
orden ecuestre a las magistraturas lo inclinó a la corrupción
y el despotismo, y algo análogo gravita sobre los burguenses.
Aunque se han hecho a sí mismos sin ayuda de privilegios,
el hecho de que reyes y otros aristócratas les cortejen
para obtener préstamos y suministros no tarda en hacer
que gremios artesanales y asociaciones de empresarios monten un
gobierno implacable sobre la oferta, postulándose como
nueva casta. El comercio necesitará en realidad unos quinientos
años más para aceptar el principio de reciprocidad,
pues en vez de juego con reglas se enfoca como una variante de
la guerra y la religión, subordinando por sistema los medios
al fin.
Aumentar y diversificar los bienes de consumo,
el gran logro del momento, suscita tal conjunto de maniobras monopolísticas
que la competencia sólo se preserva merced a la guerra
más o menos abierta entre artesanos y comerciantes. El
sindicalismo de los primeros tiene como nuevo artículo
de fe un derecho a perseguir fines estrictamente sectarios, que
niega por sistema al resto. Pero ninguna profesión civil
puede evitar que todas ellas oscilen del ascenso al descenso,
extrayendo precisamente de ese dinamismo su ventaja esencial sobre
cualquier estamento inmóvil y las masas paupérrimas.
Aunque los gremios aspiren a ser castas protegidas de cualquier
azar, como los nobles y el clero, el destino les condena a ser
clase media.
1. Los resortes de la afluencia. Si en
el siglo X el héroe anónimo de la transformación
es el aventurero itinerante, que descubre bienes y actividades
olvidadas, en el xi su heredero es un notario que articula el
acceso de profesionales a propiedades y contratos antes restringidos
al poder temporal y espiritual. Mercaderes analfabetos descubren
en las notarías cómo escriturar sus pactos, regulando
pormenores, aleatoriedades e indemnizaciones. También allí
comprenden las ventajas de una «creditización»5
que equipara el efectivo a la expectativa de cierto pago, y adapta
ese pago a las condiciones de cada lugar y momento. No hay mejor
respuesta para monedas envilecidas por fraudes en la acuñación
y el peso, ni para contrarrestar el tabú que gobierna el
interés del dinero.
La ciudad-mercado es tan rentable que los magnates
feudales se apresuran a crear novus burgus en sus dominios,
donde a cambio de tributos dinerarios renuncian al señorío
y otros privilegios. Median toda suerte de discordias entre ellos
y los urbanitas, no menos que dentro del propio burgo, pero pasar
de economías domésticas a economías complejas
ha hecho que los gastos de unos puedan ser inversión para
otros, y el interés aristocrático no deja de coincidir
con el popular ya a medio plazo. Las notarías y sus instrumentos
han permitido que la propiedad abarate sus «costes de transacción»6,
algo decisivo para poder aprovecharla
Esta agilización empieza enriqueciendo
al alto clero y a la nobleza, sujetos antes a las penurias de
imperar sobre siervos profesionalmente inexpertos y apáticos.
Cuando los mercados produzcan el primer atisbo de dinero y manufacturas
en abundancia su respuesta va a ser «una política
consciente de roturar nuevas tierras, atraer colonos y mejorar
equipo»7.
La presencia de campesinos menos míseros se advierte en
nuevas tasas y, ante todo, en un impuesto como la talla (taille,
talia, tolta) que se liga sólo a «la
necesidad del señor», y que está llamado a
ser el caballo de batalla en lo sucesivo.
Aspirando al boato conseguido por otros altos
dignatarios, el arzobispo de Maguncia aprieta demasiado las clavijas
y en 1160 muere víctima de un alzamiento popular. Los contribuyentes
urbanos se van haciendo más prósperos al tiempo
que menos dóciles, y les vemos así suprimir el gravamen
para artesanos en Estrasburgo (1170) o la condición servil
del comerciante en Colonia (1174)8. En áreas rurales reina
una auto-manumisión a plazo, como la que propone a sus
siervos en 1185 el abad de Ferrières-en-Gâtinais:
«privilegio de ir y venir» para el cabeza de familia
dispuesto a darle anualmente cinco monedas de oro9.
Esperando adjudicarse los vastos dominios de
Godofredo de Buillon duque de Lorena si éste
no triunfa como jefe de la primera Cruzada, y asegurándose
de que hasta su vuelta cobrará cualquier renta suya, el
obispo de Lieja, Otberto, le presta en 1092 la suma sin precedente
de mil tresciento marcos de plata y tres mil de oro10. Sólo
el tesón comercial flamenco permite imaginar entonces un
tesoro parejo, que Otberto termina de recaudar fundiendo objetos
sacros de la catedral y todas las abadías incluidas en
su diócesis. Ha llegado el arrebato emocional de conquistar
Tierra Santa, que presta nuevas alas al mesianismo, pero este
obispo se niega a mantener sus recursos inactivos y su conducta
no resulta ahora excepcional. Tras medio milenio de patrimonios
congelados, no pocos magnates se suman a la aspiración
del empresario, que es «disponer discrecionalmente de los
propios bienes»11.
2. Explotando el despilfarro. Poco después,
en 1215, un documento tan aristocrático como la Carta Magna12
expone el cambio de actitud decretando que los mercaderes serán
libres para negociar en general, sin verse expuestos a peajes
o impuestos arbitrarios, y prefigura con esa y otras normas el
Estado de Derecho13.
Sus cláusulas 41 y 42 aseguran la libre entrada y salida
de comerciantes nacionales y extranjeros, consagrando la reciprocidad
como pauta: «And if our men are to be safe, the others
shall be safe in our land»14.
Desde entonces la aristocracia inglesa empieza a asumir actividades
propias de empresarios, y previene con formidable anticipación
la catástrofe que espera a la nobleza de otros Estados
europeos en particular el francés y el alemán
cuando se aprueben las primeras Constituciones liberales.
El origen del régimen parlamentario moderno
está en reuniones de propietarios rurales y urbanos, convocadas
por reyes y otros magnates feudales para cobrar los nuevos tributos
que llegan con el restablecimiento de la circulación mercantil15.
Diez años después de aprobarse la Carta Magna, donde
no han intervenido para nada, los «comunes» ingleses
descubren que pagar con mayor o menor largueza les permite no
seguir siendo ignorados, y de la reunión (parliament)
convocada por Enrique III en 1225 deriva el Parliament
con mayúscula. A su urgente demanda de fondos los villanos
responden ofreciendo pagar un 5 por 100 más de lo pedido,
siempre que queden establecidos como órgano consultor en
general y deliberante en ciertas cuestiones16.
Por otra parte, la presencia de dinero enriquece
al señorío sin dejar de conspirar indirecta aunque
implacablemente contra su autocracia. El efectivo que afluye de
los circuitos comerciales y sus estaciones urbanas es invertido
por los próceres eclesiásticos y seculares en guerras
de juguete como las justas heráldicas, episodios de suntuosa
hospitalidad y otras ostentaciones, cuyo resultado es antes o
después enormes deudas. De ahí que el siglo xii
termine con banqueros judíos e italianos acudiendo al rescate
de personajes e instituciones como Enrique II, la condesa de Carcasonne
o la gran abadía benedictina de Cluny, donde se ha compuesto
el himno ascético por excelencia: Del desprecio hacia
el mundo.
En efecto, Hugo, Odón, Odilón
y Bernardo sus santos abades son al tiempo anacoretas
muy estrictos e inveterados derrochadores, y esa vocación
suntuaria del aristócrata feudal funciona como un acelerador
para el intercambio de prerrogativas por crédito. El hecho
de que la Iglesia detente casi todo el oro y la plata no la defiende
de ineficiencias mercantiles, y los banqueros que se arruinan
intentando salvar de la bancarrota a los magnates del momento
tienen por eso algo de inconscientes héroes colectivos.
El temor, la ambición o ambas cosas les ha llevado a sufragar
una prodigalidad de sus clientes que financia toda suerte de empresas
intermedias, creando empleo de un modo u otro.
Entre los efectos de la primera Cruzada, por
ejemplo, está una vigorosa renovación en el tráfico
con reliquias17, y lo que algunos llaman primera empresa multinacional
europea: la Orden de los Pobres Soldados de Cristo y el Templo
de Salomón, más conocida como Orden de los Templarios.
Su emblema dos caballeros montando un solo caballo
subraya una veneración por la indigencia, a pesar de lo
cual se convierte en la gran potencia crediticia del Continente.
Los miembros no militares de la Orden han hecho el más
ingenioso de los hallazgos, que es ofrecer tanto a cruzados como
a peregrinos la posibilidad de depositar bienes en sus oficinas
europeas, y recibir a cambio un documento en clave que les permite
recobrar ese valor en Tierra Santa18.
La Orden pasaba a ser propietaria de los depósitos
si el cruzado o peregrino no llegaba. Pero mucho más relevante
para sus finanzas fue que la carta de crédito encriptada
sedujese de inmediato, permitiendo a los Pobres Soldados abrir
unas nueve mil sucursales19 en Europa. Hubiesen triunfado incluso
sin la bula papal que les exime de impuestos y pasaportes en 1139,
porque eran en realidad la competencia más adecuada para
los banqueros laicos, y no tardarían en ser los grandes
acreedores de muchos magnates. Con la Orden el derroche vuelve
de algún modo sobre el estamento obligado a ostentarlo,
realimentándolo, aunque en cien años eso signifique
asumir al tiempo demasiado poder y demasiadas deudas20. Entretanto,
el volumen de su actividad podría parecer disuasorio para
aquellos a quienes las crónicas siguen llamando «canalla
usurera de sirios, judíos y lombardos», pero ese
grupo se revelará no menos ingenioso a la hora de ofrecer
créditos.
II. Usura e interés del dinero
Los préstamos de los altos dignatarios
eclesiásticos y de los Templarios adoptaban la forma de
prendas mobiliarias (vif-gage) e hipotecarias (mort-gage),
que convenientemente ajustadas permitían gravar hasta la
demora en el pago del diezmo. Mientras quedase pendiente la devolución
iban cobrando los frutos de aquello empeñado tierras,
siervos, instalaciones, y si la deuda no se saldaba en la
fecha prevista se convertían en propietarios de la prenda.
Ni los prelados ni los templarios negaron nunca la naturaleza
lucrativa de unos contratos que les reportaban dinero o nuevas
prendas, y excluir a otros prestamistas se basaba en acusarles
del pecado y delito de usura, porque la fuente de sus rentas era
cierta cosa y no un dinero21.
Pero a semejante artificio contestan las notarías
con el contrato de cambio, donde el deudor declara haber recibido
una suma no por préstamo («mutuo») sino in
nomine cambio. Cierto dinero aquí y ahora puede generar
en otro aquí y ahora tales o cuales bienes.
La necesidad más apremiante era una remisión de
fondos que obviase los inconvenientes de su traslado físico
el cambio llamado trayecticio, y las notarías
perfeccionan el mecanismo en cuya virtud «los banqueros
reciben dinero contante, pero no entregan a cambio dinero contante,
sino que prometen abonar el equivalente en otro lugar, donde ellos
tienen una sucursal o persona relacionada con los negocios»22.
Los testimonios más antiguos de tal contrato son actas
notariales genovesas, venecianas y marsellesas de la segunda mitad
del siglo XII.
Esto no evoca por entonces suspicacias civiles,
aunque sí el anatema de un derecho canónico codificado
en 114023,
un año después de que aparezca la bula protectora
de los templarios. Prefigurando lo que luego se llamará
fetichismo de la mercancía, el Código establece:
«Quien prepara algo para que ello mismo entero y sin cambio
(res integram et inmutatam) le proporcione lucro, he ahí
al mercader expulsado por Dios del templo»24.
La usura es «un pedir superior al dar», y la creciente
práctica de combinar negocios con actividades financieras
parece el momento oportuno para volver a aclarar que el comercio
resulta absolutamente inadmisible cuando especula con dinero.
Por otra parte, el éxito de los Templarios
ha inquietado a la Santa Sede ya desde 1163 mucho antes
de pasarles por la hoguera, y a partir de entonces el papa
prefiere abiertamente cubrir su déficit con banqueros italianos.
Los canonistas serán desautorizados por el IV Concilio
de Letrán (1215) un cónclave celebrado el
mismo año en que se aprueba la Carta Magna, donde
la usura se define como «intereses excesivos». Hay
en consecuencia un interés no excesivo o razonable, algo
declarado en un momento donde abundan los dispuestos a arriesgar
sus ahorros invirtiendo. No son diez ni cien sino docenas de miles,
estimulados por hallazgos como la contabilidad científica
o de partida doble, y al amparo de pactos tan sencillamente complejos
como la letra de cambio, que constituye un cheque abierto a la
intervención de múltiples actores desde su libramiento
a su descuento.
1. El salto en inventiva e industria. La
letra constituye un hallazgo anónimo, atribuido por Montesquieu
a las perseguidas y buscadas comunidades judías del momento,
que «crearon una riqueza invisible y capaz de enviarse a
todas partes sin dejar huella»25.
Fuese quien fuese su inventor, el cambiale y sus formas
ulteriores ofrecieron un pagaré negociable que convertía
en ejecutivas obligaciones separadas por miles de kilómetros,
sin necesidad de recurrir al documento notarial donde se plasmaron.
Ilimitada en cuantía, la letra de cambio saltaba sobre
el tiempo que media entre el despacho de ciertos bienes y la recepción,
arbitrando un «giro» a tantos o cuantos días.
Un pequeño trozo de papel ofrecía oficio y beneficio
a un número indefinido de agentes intermedios, dedicados
a librarlo, endosarlo y aceptarlo, pues el ius mercatorum26
le abría una vía ejecutiva ajena al lento, arbitrario
y pomposo ritual probatorio del medievo.
Como cabía esperar, los inventos del
notario y sus clientes son paralelos a una eclosión de
industria. En 1150 comienzan en los Países Bajos las operaciones
de quitarle tierras al Atlántico Norte, y en 1179 buena
parte de la Lombardía está irrigada, gracias a la
cooperación de campesinos, ingenieros y agrónomos
milaneses. En 1185 las calles de París dejan de ser lodazales
tras empedrarse, y algo más tarde Lübeck tiene no
sólo eso sino una red de cañerías y fuentes.
Lagos y pantanos son desecados para roturar huertas; la minería,
la metalurgia y el tratamiento del vidrio se remozan y transforman.
Nuevos arneses y aperos agrícolas incrementan su propia
eficacia. Se inventan grandes grúas portuarias, estufas
de hierro forjado, molinos de agua y de viento, herraduras para
los animales de tiro y razas mejoradas como el percherón,
que ara a una profundidad antes impensable y puede romper costras
heladas.
Incorporar fuentes mecánicas de energía,
y descubrir otros medios para ahorrar esfuerzo, forma parte de
un proceso que despierta recursos sumidos en sopor. Al mismo tiempo
que aparecen las primeras escuelas de derecho y medicina en
Bolonia y Salerno empieza a haber competencia, tanto en
el sentido de rivalizar unos proveedores con otros como en un
horizonte de maestría sepultado por el lastre servil añadido
al trabajo. Cuando el estilo románico ceda su lugar al
gótico, a mediados del siglo XIII, los burgos han transformado
la limosna privada en beneficencia pública:
«El consejo municipal cuida de las finanzas, el comercio
y la industria, decide y supervisa los trabajos públicos,
organiza el aprovisionamiento de la ciudad, reglamenta el equipo
y la buena organización del ejército comunal,
funda escuelas para los niños y paga el sostenimiento
de hospicios para pobres y viejos. [
] Al suprimir intermediarios
entre comprador y vendedor garantiza a los burgueses el beneficio
de una vida barata, persigue incansablemente el fraude, protege
al trabajador contra la competencia y la explotación,
reglamenta su trabajo y su salario, cuida de su higiene, se
ocupa de su aprendizaje e impide el trabajo de mujeres y niños»27.
A esta descripción le sobra un toque
idílico, que los años se ocuparán de borrar.
Nominalmente los burguenses siguen siendo sólo siervos,
y el noble se ríe de «pestilentes paletos»
hasta que comuneros lombardos desbaraten el ejército del
gran Federico Barbarroja en Legnano (1176). Saquear Milán
en venganza no cambia que ese tipo de victoria sea tan pírrica
como las que el Papa pueda obtener en Florencia, donde según
Maquiavelo la ciudadanía antepone sus fueros a la
salvación del alma. Las curas definitivas de humildad llegarán
algo más tarde con Uri, Schwitz y Unterwald, los pequeños
cantones iniciales de la Confederación Helvética,
que vapulean repetidamente a la caballería más selecta
de Europa. Las monarquías, que el feudalismo ha reducido
a potestades más o menos testimoniales28,
están llamadas a entenderse con los burgos y crear así
el Estado nacional.
Desgarrados por el Conflicto de las Investiduras,
el alto clero y la nobleza sólo aciertan a unirse en campañas
puntuales de propaganda y requisa como las Cruzadas. No quieren
y no deben, aunque van vendiendo una a una las regalías
ganadas en siglos de guerra y misión. Los reyes, por su
parte, pueden pedir préstamos a fondo perdido de cada ciudad
apadrinada, y con ellos pagar a soldados profesionales para que
desempeñen las funciones atribuidas antes al señorío.
Estos mercenarios se usarán también para frenar
al disconforme con su política, y como los villanos aceptan
cada vez peor su yugo el siglo XIV estará jalonado de principio
a fin por feroces alzamientos.
Nada puede cambiar que la ciudad comercial sea
el gran árbitro, aunque hacerse inexpugnable ante asaltos
internos incrementa también la posibilidad de tomarla por
desunión. Haber surgido todos sus moradores de una desregulación
en la casta servil no obsta para que cada sector trate ahora de
imponer una reglamentación rigurosa, dirigida a asegurar
que un proceso esencialmente no lineal pueda aislarse en trozos
y seguir manipulándose como si fuese lineal. Aunque el
hoy provenga de inyectar libertad e intercambio en el monolito
autárquico, libertad comercial no significa librecambio.
III. La organización sin organizador
El caso más notable de ente complejo
con aspiraciones simples hace su aparición con la Liga
Hanseática o Hansa, una criatura germánica que aprovecha
directa e indirectamente la conversión del vikingo al civismo
para crear una alianza de burgos29. Enrique el León, duque
de Sajonia, Baviera y Prusia, es un gran guerrero insólitamente
interesado por el desarrollo económico, y en 1158 envía
mensajeros a los reinos septentrionales de Escandinavia y Rusia
«para que los mercaderes tengan libertad de viaje y acceso
a su ciudad de Lübeck»30.
Antes de terminar el siglo caravanas acorazadas
y cargueros marítimos o fluviales de la Liga abastecen
a un territorio que llega por el oeste a Flandes e Inglaterra
y por el este a Ucrania. El núcleo de su negocio es intercambiar
madera, miel, cera, pieles y algunos minerales del nordeste por
sal, telas y vino del suroeste, asegurando salazones de pescado
tanto más imprescindibles cuanto que Europa ayuna todos
los viernes, y bastantes días más al año.
Ha nacido con vocación de respetabilidad, y sólo
admite en sus despachos y factorías31 a «comerciantes
casados con buena fama».
Dicha vocación sorprende menos que lo
impersonal de su funcionamiento, pues resulta imposible trazar
su historia con una enumeración de individuos. En la Liga
todo es espontáneo y descentralizado, empezando por existir
sin estatutos ni rectores, merced sólo a periódicas
reuniones («dietas»). Su estructura en red, que forma
tantos centros como nudos, le permite el insólito lujo
de ignorar en lo sucesivo todo placet señorial,
pues resulta imposible decapitar algo sin cabeza.
El apoyo popular a una empresa multinacional
como la suya depende ante todo del propio intercambio, que abastece
y combate el paro. Una fuente extra de gratitud se la asegura
el hecho de que sus intereses particulares coincidan con los más
generales de relaciones pacíficas y ampliación del
conocimiento. Como un prosaico ángel de la guarda sin credo
ni demonios, frena el bandidaje y la piratería, levanta
mapas y cartas marinas, construye faros y forma pilotos. Centrarse
en el comercio manda no tener ejército ni marina, pero
cuando resulta agredida sabe reclutar rápidamente ambas
cosas, e imponerse a un reino de guerreros legendarios como Dinamarca
(1370)32.
Nada remotamente parejo se había visto,
y nada parecía anunciarlo en una Europa analfabeta y fanática,
con un tráfico de larga distancia limitado a cautivos,
peregrinos y espadas. Hasta qué punto había condiciones
para algo distinto de la santa autarquía lo indica ella
misma, origen para una cadena de ciudades que cambian cosas de
Prusia, Polonia y Rusia con el resto de Europa a través
de Flandes. Su actividad crea astilleros de tamaño olvidado,
nuevos barcos, las correspondientes técnicas y hasta un
estilo arquitectónico propio, recio y estilizado al tiempo33.
La Hansa rara vez alcanza el 5 por 100 en tasa de beneficio34,
pero lo sostiene siglo y medio y multiplica entretanto todo tipo
de recursos.
También trabaja de alguna manera contra
sí misma, pues al crecer va haciendo más transitorio
y frágil su esquema. No hace tratos sin controlar oferta
y demanda de antemano, e ignora en gran medida las posibilidades
del crédito. La elementalidad que preside su noción
del intercambio acaba multiplicando un tipo de empresario más
flexible y expresamente no hanseático, que se concentra
en el norte de Flandes. El esfuerzo de la Liga por monopolizar
todas las rutas hacia el nordeste fracasa cuando hombres de negocios
y marinos holandeses, que han aprendido de ella, se ofrezcan como
nuevos intermediarios a sus clientes polacos y rusos.
En efecto, el proteccionismo a ultranza acaba
tropezando con los intereses del comercio local, sea cual fuere,
por no decir que con el propio comercio. Tras la hazaña
que supone generar directa o indirectamente ingresos para millones
de personas, la decadencia de la Liga desde fines del siglo
xiv hasta su última Dieta (1669) puede atribuirse
a rivales aunque parece más ajustado decir que ha muerto
de éxito. En 1556, siendo ya un adorno, condesciende con
las instituciones tradicionales y decide darse un presidente o
Síndico. Pero sus actos decisivos fueron adoptados por
consejos de delegados anónimos, sin la prosopeya del mando
piramidal. Entre su despegue y su ocaso ha puesto de relieve la
diferencia entre órdenes endógenos y exógenos,
autoproducidos y decretados.
NOTAS
1
- Smith 1982, p. 81.
2
- Cf. Cohn 1970, p. 53-54.
3
- La entonces famosa Visión de Weltin, compuesta por un
fraile once años antes de morir el Emperador, «le
representa en el purgatorio con un buitre que le devora tenazmente
el miembro criminal, mientras el resto del cuerpo emblema
de sus virtudes se conserva intacto» (Gibbon 1984,
vol. III, p. 665-666). Las habladurías insistieron también
en que no pudo resistir los encantos de algunas entre sus muchas
hijas.
4
- Troeltsch 1992, vol. I, p. 349.
5
- Cf. Aguilera-Barchet 1989, p. 44-57.
6
- North y Thomas 1982, p 55.
7
- Duby 1970, p. 230.
8
- Basilea, que por entonces tiene el único puente sobre
el Rin desde el lago de Constanza al Atlántico, se adelanta
al resto de las ciudades libres alcanzando ya en 1118 un concierto
fiscal entre su príncipe-obispo y un grupo «popular»
de comerciantes, ministeriales y guerreros profesionales.
9
- Duby 1970, p. 226-227.
10
- Ibíd, p. 231.
11
- Hume 1983, vol. I, p. 445.
12
- Aparte del rey Juan sus firmantes son veinticinco barones, trece
obispos, veinte abades, el Maestre de los Templarios ingleses,
los príncipes de Gales y el rey de Escocia. Ni un common
ha intervenido.
13
- «La Carta Magna suministra los perfiles de un gobierno
legal, con una distribución igualitaria de la justicia
y libre disfrute de la propiedad, objetos primarios de la sociedad
política humana» (Hume 1983, vol. I, p. 445).
14
- Aproximadamente, «Y si nuestros hombres están seguros,
los otros estarán seguros en nuestra tierra».
15
- Cf. North y Thomas 1982, p. 66.
16
- Ibíd, p. 84.
17
- Los descubrimientos más extraordinarios del periodo serán
dos objetos hoy perdidos como la Verdadera Cruz y el Santo Grial.
La Santa Sábana, conservada en Turín, ha sido sometida
a carbono-14 y parece ser un tejido del siglo xiv.
18
- Cf. Nicholson 2001, p. 4. Ese documento es, sin duda, el precedente
del cheque.
19
- Cf. Aguilera-Barchet 1989, p. 196-197.
20
- Una cuidadosa operación policial orquestada por
Clemente V y Felipe III, el rey francés (endeudado con
la Orden por cifras astronómicas) encarcela simultáneamente
a los principales templarios de Europa y a su gran maestre, Jacques
de Molnay, que tras ser torturados para obtener confesiones de
blasfemia acaban pasando por la hoguera en 1314.
21
- Cf. Aguilera-Barchet 1989, p. 189.
22
- Garrigues 1976, vol. I, p. 765.
23
- El Código se llama también Decreto de Graciano,
por el monje agustino que compiló los cánones.
24
- Canon II, dist. 88.
25
- El espíritu de las leyes, 4, XI, 4. Véase
más adelante, p. 347-348.
26
- Los Usatges (1064) de Barcelona, que por entonces es
ya uno de los cinco puertos europeos más importantes, mencionan
un «derecho expeditivo» aplicable a extranjeros (sin
duda comerciantes); cf. Pirenne 2005, p. 167, y Aguilera-Barchet
1989, p. 57.
27
- Pirenne 2005, p. 138-139.
28
- El monarca francés, uno de los casos extremos, es por
entonces un minifundista comparado con el duque de Borgoña.
29
- Llegaron a ser más de sesenta, presididos por una Lübeck
que es la primera ciudad libre en sentido estricto, también
llamada «imperial» por ignorar la jurisdicción
de todo magistrado intermedio entre ella y el Emperador. Su senado
hanseático, que seguía gobernándola en 1933,
desapareció tras prohibir a Hitler celebrar mítines
electorales allí.
30
- Cf. Duby 1970, p. 226.
31
- Los kontors hanseáticos estaban en Londres, Brujas,
Colonia, Bergen, Visby y Novgorod.
32
- Ya en 1285 ha doblegado a Noruega con un bloqueo de grano, y
en 1388 hará lo mismo con Brujas.
33
- El ayuntamiento de Tallin (Estonia), algunos edificios de Bergen
(Noruega) y el gran almacén de Gdansk (Polonia) preservan
ese primer módulo de arquitectura «comercial».
34
- Cf. Braudel 1992, vol. III, p. 103.
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