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Liberalismo y revolución
«En un Estado democrático [
] todos acuerdan
obrar de conformidad con un decreto común, pero no juzgar
y razonar en común.»
B. Spinoza1.
La teoría liberal se completa al tiempo
que la comunista, no como alternativa a ese ideario por
entonces exótico sino para responder al absolutismo
monárquico. El liberal no puede ser conservador, a despecho
de que apoye la propiedad privada como institución, porque
apuesta por la autonomía individual y quiere consolidarla
del modo más inequívoco y práctico posible,
que es regulando los deberes hacia terceros. Relativista por vocación,
contempla la intemperie de la vida sin esperanza de milagro, tratando
de identificar «lo propicio para una mayor eficacia del
esfuerzo humano»2.
Está orgulloso de responder con un no sé
y un lo estudiaré a cuestiones donde el resto dispone
de dogmas ciertos, y cifra la prudencia en aprender a jugar sin
trampas:
«El hombre doctrinario [
] imagina que puede organizar
a los diferentes miembros de una gran sociedad con la misma
desenvoltura con que dispone las piezas de ajedrez en un tablero.
No percibe que las piezas tienen por único principio
motriz el impreso por la mano, y que en el vasto tablero de
la sociedad humana cada pieza posee un principio motriz propio,
independiente por completo del que la legislación elija
imponerle. Si ambos principios coinciden y actúan en
el mismo sentido, el juego de la sociedad humana proseguirá
sosegada y armoniosamente, y muy probablemente será feliz
y próspera. Si son opuestos o distintos, el juego será
lastimoso y la sociedad padecerá el desorden en grado
máximo»3.
La libertad responsable, núcleo del juego
social, tiene visos de idealismo considerando que amos y siervos
llevan milenios identificando libertad con irresponsabilidad.
Pero cuando Smith escribe lo previo el liberalismo cunde ya como
mentalidad en buena parte de Europa, y falta poco para que Norteamérica
lo consagre en términos institucionales. En su primera
alocución como presidente del nuevo país Jefferson
anima a sus conciudadanos para que confíen en la fuerza
y estabilidad de un Estado no paternalista4,
prometiéndoles un gobierno «que impida a los hombres
lesionarse unos a otros pero les deje regular libremente sus propios
proyectos de industria y mejora, sin quitarle de la boca al trabajador
el pan ganado»5.
I. Construyendo la democracia
Antes de hacerse políticamente consciente,
el apoyo a la coacción mínima y la no ingerencia
preside hace siglos las costumbres y criterios de grupos e individuos
tradicionalmente excluidos del poder político. Para el
liberalismo, el Tratado teológico-político
(1665) de Spinoza es como la piedra miliar de las bóvedas
antiguas, que se construyen apilando losas sobre un montículo
de tierra con su forma hasta colocarla, pues sólo ella
puede absorber las tensiones de cada arco. La obra es un encargo
de la diputación de Ámsterdam, y ya en portada anuncia:
«Algunas disertaciones para hacer ver que la libertad
de filosofar no sólo puede acordarse sin daño
para la piedad y la paz del Estado, sino que resulta imposible
destruirla sin destruir al tiempo la paz del Estado y la propia
piedad».
El prefacio empieza explicando la superstición
por el temor, y el temor por la inercia de haber reaccionado a
los momentos de penuria con brotes de «la más extrema
credulidad». Ese cemento no levanta otra casa que «la
esperanza, el odio, la cólera y el fraude», con súbditos
que pagan su cuota al miedo regalando al régimen monárquico
lo que éste ansía; a saber, «que combatan
por su servidumbre como si se tratara de su salud, creyendo no
vergonzoso sino honorable en el más alto grado derramar
su sangre y perder la vida para satisfacer la voluntad de un solo
hombre»6.
No entienden, o no quieren entender, que «el fin del Estado
es en realidad la libertad»7.
Como el conocimiento revelado «sólo
busca obediencia«, tiene un campo distinto y no conflictivo
con el conocimiento natural, que además de administrar
el mundo cotidiano acepta y ofrece gustosamente tolerancia. En
segundo lugar, las «complexiones» y actitudes diferentes
constituyen una manifestación de riqueza, y sólo
desembocarán en hechos catastróficos si el Estado
olvida que los hombres deben ser «juzgados únicamente
por sus obras», cosa bien factible. En tercer lugar, querer
«arreglarlo todo con decretos enerva los vicios en vez de
corregirlos, pues todo lo no prohibible debe necesariamente ser
permitido»8.
Conducirse así explica que Ámsterdam sea «una
villa tan floreciente y eminente».
La muerte alcanzó a Spinoza cuando redactaba
un Tratado político (1677), que amplía sus
reflexiones sobre la tolerancia. Allí piensa que la condición
de hombre libre depende finalmente de «no transferir a otro
el poder de defenderse», y que «todo hombre tiene
tanto derecho como tiene fuerza (vis)». Vector de
aquello que su Ética llama «alegría»,
esa fuerza no puede identificarse con capacidad agresiva pero
colabora con la intemporal meta de resistir a la opresión.
Cuando el derecho del individuo pasa a ser derecho político
democrático, la fuerza se multiplica por el número
de ciudadanos, transformándose en «una universalidad
racional y expansiva, idéntica al derecho de ser»9.
1. El contrato social como hipótesis.
El liberalismo encuentra su segundo gran portavoz en John Locke
(1623-1704), un whig puro que vive refugiado en Holanda los últimos
años de monarquía católica en Inglaterra,
tres décadas políticamente turbulentas aunque de
formidable expansión económica10.
Temiendo ser acusado de apología revolucionaria, demora
la publicación de sus Dos tratados sobre el gobierno
(1689) hasta que el duque de Orange acceda al trono inglés,
y se cura en salud de recaídas absolutistas omitiendo su
autoría tanto en la primera edición como las ulteriores.
El primero de estos ensayos argumenta contra
el «patriarcalismo», última teoría aparecida
en su tiempo para legitimar al autócrata. El segundo describe
la sociedad civil como fruto de un contrato que deja atrás
el «estado de naturaleza», un planteamiento expuesto
por su compatriota Hobbes décadas antes cuando aún
no había concluido la guerra civil inglesa (1642-1651)
para justificar el derecho monárquico. Proyectando los
horrores de su tiempo sobre el pasado remoto, Hobbes supone que
el estado natural es una guerra incesante de todos contra todos
(bellum omnis omne), interrumpida sólo cuando los
individuos pactan la cesión de poderes absolutos a uno
solo. Locke no admite esa omnipresencia del pánico en las
sociedades preestatales, y se sirve del contrato político
originario para justificar un régimen liberal.
Prescindiendo de casos concretos por ejemplo,
cómo la República romana fundó una sociedad
civil avocada de un modo u otro a la tiranía11,
postula que los hombres decidieron someterse a una Constitución
para preservar la propiedad de cada individuo, entendida como
aquél propius que comprende «vida, libertad
y bienes»12.
Hobbes alegaba que los súbditos «someten sus bienes
al derecho del Soberano»13
y mucho más sus opiniones, confiando en que a cambio de
la sumisión incondicional éste respetará
su integridad física. Locke objeta que ni los bienes ni
la vida ni la libertad son cosas separables, y que las sociedades
políticas nacen «para vivir de modo cómodo,
confiado y pacífico»14.
El último párrafo del Tratado sobre la sociedad
civil tan semejante al primero de la Declaración
de Independencia norteamericana, reconoce que el pacto social
es irreversible, y por eso mismo aconseja regular cautelosamente
la autoridad coactiva:
«El poder que cada individuo otorgó a la sociedad
cuando se incorporó a ella permanecerá para siempre
en la comunidad [
] Pero si el pueblo ha dispuesto que
el poder supremo de cualquier persona o asamblea sea sólo
temporal [
] tendrá derecho a obrar siempre como
poder supremo, y continuar legislando por sí o darle
nueva forma, o ponerlo en nuevas manos, según considere
bueno»15.
Inmediatamente antes ha considerado «el
incierto humor del pueblo», y la posibilidad de que estas
ideas sean «fermento para rebeliones frecuentes».
Pero sólo se rebelan los excluidos del proceso político,
y el mejor modo de disuadirles es asegurar que la ley sea idéntica
para todos, fundando el derecho de propiedad en el que cada uno
tiene a los frutos de su trabajo. Respetar el resultado del esfuerzo,
no un linaje o cualquier otro tipo de privilegio, constituye la
única garantía permanente para que una sociedad
prospere en recursos y concordia. Locke funda su optimismo en
que la disociación tradicional entre propiedad y laboriosidad
vaya haciéndose cada vez más insostenible, y en
una revolución política que entronice la libertad
allí donde reinaba una altiva condescendencia del amo por
nacimiento. El precio de las cosas se mide por el número
de horas empleado en producirlas, y de los Two Treatises
parte la teoría del valortrabajo que caracteriza
a la economía llamada clásica.
Por lo demás, Locke era un mercantilista
a la hora de interpretar la balanza de pagos, por ejemplo,
y ver en los bienes materiales un derivado del trabajo (application
of labour) le llevó a cuestionar el proceso de acumulación.
En principio, es una «ofensa a la Naturaleza» detentar
más de lo que resulta necesario para vivir desahogadamente,
pues la mayoría de los bienes son perecederos y eso implica
desperdiciarlos. No obstante, la invención del dinero ha
permitido que la propiedad se haga ilimitada, ofreciendo «una
cosa duradera que los hombres pueden almacenar sin echar a perder,
y que por mutuo consenso toman a cambio de los apoyos verdaderamente
útiles aunque perecederos de la vida»16.
2. El interés común como hipótesis.
Medio siglo después Hume piensa que el estado de naturaleza
es una «ficción filosófica»17,
y que intentar entender las sociedades actuales a partir de ella
equivale a ponerse una camisa de fuerza. La justicia se resume
en tres leyes «estabilidad de la posesión,
transmisión por consentimiento y cumplimiento de las promesas»18,
que a despecho de contener todo el derecho natural sólo
desembocan en Estados como Holanda o Inglaterra gracias al «artificio»
de la educación y la convención. Artificio significa
obra de arte, un resultado ulterior y superior al instinto, que
Locke y el resto de los contractualistas incluyendo a su
contemporáneo Rousseau se velan con sistemáticas
apelaciones al Ser Supremo.
Las tres leyes de la justicia son conocidas
también por las «sociedades sin gobierno»,
que pasan a tenerlo tras un proceso donde la expansión
demográfica es paralela a «un incremento en riqueza
y posesiones». Cuando el Estado resultante se emancipa del
absolutismo la justicia sigue determinando el progreso, aunque
incorporada ya a una esfera civil autónoma. La divergencia
entre formas místicas y prosaicas de comunidad política
se resuelve creando «un sistema tan completo de libertades
como el que disfrutamos en esta isla desde la Revolución
Gloriosa»19.
Sobra, pues, delegar en órdenes divinas y promesas inconscientes
algo unido a conveniencias: «El propio egoísmo que
tan violentamente enfrenta a los hombres unos con otros
es el que tomando una dirección más adecuada produjo
las leyes de justicia y el primer motivo para observarlas»,
todo ello con vistas a «realizar progresos mucho mayores
en la adquisición de bienes»20.
Así como el altruismo impuesto aniquila
cualquier desarrollo civil, el egoísmo se cura comprendiendo
las ventajas de cumplir el derecho, y es equilibrado por nuestra
disposición a compadecernos o simpatizar con los demás21.
Lo absurdo es pretender que haya paz y bienestar o guerra
al tirano cuando proceda alegando resortes distintos del
«interés por uno mismo». Rebelarse no procede
porque la tiranía viole el principio del consenso o el
de la volonté générale, sino porque
«la obligación de obedecer cesa cuando ha de dejado
de convenir, siempre que esto ocurra en alto grado y en un número
considerable de casos»22.
El poder de resistencia caracteriza a la materia desde sus manifestaciones
más elementales, y el cuerpo civil dispone de él
en innumerables formas que sólo están limitadas
por el sentido común.
La justicia media entre estados mentales del
ser humano (desde la avaricia extrema a la generosidad ilimitada)
y «la situación de objetos externos», cuya
disponibilidad depende a su vez de que no sea estorbado el intercambio
voluntario o comercial de bienes. «Elevad en medida suficiente
la benevolencia de los hombres, o la prodigalidad de la naturaleza,
y haréis que la justicia se convierta en algo inútil»23,
pues refleja una escasez a la vez evitable e inevitable, que las
sociedades mitigan al crecer en libertad e ingenio. El gran desafío
de la condición humana no es la escasez tanto como esa
«mezquindad de alma que nos lleva a preferir lo presente
a lo remoto», imponiendo el corto plazo en detrimento del
largo.
El principal recurso de la especie para remediar
dicha flaqueza son las propias tres leyes incambiables, que no
se dejan llevar por esa preferencia del hoy sobre el mañana.
La estabilidad de la posesión, por ejemplo, favorece en
principio a estafadores que falsificando títulos de propiedad
se aseguran no ser desalojados sin un largo y costoso juicio.
El cumplimiento de las promesas obligará muchas veces a
cumplir un pacto extraído con algún otro recurso
ilícito, exponiéndonos a probarlo en debida forma
o a indemnizar cuando en justicia no procede. Mientras el corto
plazo vele el largo, no percibimos la ventaja de aceptar esos
innumerables contratiempos puntuales como pago por disponer de
un derecho común. Pero precisamente de respetar la «generalidad
inflexible»24
se sigue la diferencia entre civismo y barbarie: «A despecho
de estar formada por hombres sujetos a todas las flaquezas [
]
la sociedad civil se convierte en un cuerpo complejo que de algún
modo está libre de todas ellas»25.
II. La república democrática
Hume se ganó la condena unánime
de católicos y reformados proponiendo un fundamento meramente
humano para la ética, haciéndola descansar sobre
la simpatía26
como grandeza de alma y virtud social por excelencia. Especialmente
blasfemo fue decir que «hasta el propio bien común
nos sería indiferente si la simpatía no nos hiciera
interesarnos por él»27.
Pero esta precedencia del ánimo sobre la ideación
formaba parte de los nuevos tiempos, y más específicamente
del proyecto de actualizar la inteligencia con una autocrítica
que la aligerase de encantamientos. Tal como las oraciones suplicando
lluvias pueden ahorrarse construyendo embalses, implorar la benevolencia
del jerarca absoluto puede ahorrarse controlando el poder político.
El desencantamiento del mundo, paralelo al de la propia razón
con mayúscula, resulta encantador para quienes confían
al trabajo experto lo antes encomendado al mando y la obediencia
incondicional.
Por otra parte, la tradición inglesa
profundiza en el liberalismo prescindiendo de procesos electorales.
Rousseau y otros ilustrados franceses como Morelly y Mably
proponen la democracia directa al estilo suizo, y corresponde
a los colonos norteamericanos fundir en un sistema viable las
conquistas políticas de su metrópolis con el principio
del sufragio universal. Los actores decisivos a esos efectos son
el británico Thomas Paine (1737-1809) y Thomas Jefferson
(1743-1826), responsables en buena medida de que su país
no se convirtiese en una monarquía constitucional, con
Washington como primer rey. Paine, el más eximio panfletista
de todos los tiempos28,
anticipa las instituciones del Welfare State combinando
fluidamente derechos civiles con una política de promoción
social. Para cuando Jefferson sea elegido presidente29,
el liberalismo es democracia en sentido estricto y tiene ideas
meridianamente claras sobre unidad y diferencia:
«Todos tendrán en mente el sagrado principio
de que si bien ha de prevalecer siempre la voluntad de la mayoría,
esa voluntad ha de ser razonable para ser legítima, pues
la minoría posee derechos iguales, que leyes iguales
deben proteger, y violar esto sería opresión»30.
Ayuntamientos neerlandeses y cantones helvéticos
llevaban siglos aplicando dicho criterio, que ahora prende en
un país gigantesco colonizado por inmigrantes de media
Europa, en el cual las cábalas sobre contratos políticos
originales han dado paso a una Constitución consensuada
efectivamente por representantes de todos sus territorios. La
igualdad jurídica es allí algo tan indiscutible
que quien pretenda ostentar algún título hereditario
renuncia automáticamente a la ciudadanía; el dogma
y la cuna probarán sus méritos por caminos distintos
del privilegio, en competencia con dogmas y cunas alternativos.
Al mismo tiempo, y por las mismas razones, cesa la jurisdicción
en materia de ideas y costumbres que representa la censura, una
facultad ostentada hasta entonces en todas partes por el poder
político.
Jefferson se aplica a levantar un muro entre
el Estado y los individuos, para abolir el prejuicio de «que
las operaciones mentales y actos del cuerpo son materia sujeta
a la coacción de las leyes, cuando los poderes legítimos
del gobierno sólo se extienden a actos lesivos para otros»31.
Por ejemplo, legislar sobre fe, dieta o cualquier objeto de idiosincrasia
personal prescinde de que «la verdad se defiende sola, apoyada
sobre el libre examen, el experimento y la razón, y sólo
el error necesita apoyo del gobierno»32.
Si el Estado no ciñe su defensa de la libertad a actos
verdaderamente lesivos para terceros asumirá tareas de
salvador y terapeuta, inseparables a su vez de luchas facciosas
cuya fantasía prototípica es
«un lecho de Procusto, donde el peligro
de que los hombres grandes ganen a los pequeños se evita
haciendo a todos del mismo tamaño, por el procedimiento
de estirar a los segundos y cortar a los primeros [
] Pero
millones de quemados, torturados, encarcelados y multados no nos
han acercado una pulgada en uniformidad. El efecto de la violencia
ha sido hacer estúpida a una mitad del mundo, e hipócrita
a la otra, apoyar la bellaquería y el error sobre toda
la tierra»33.
1. El derecho de insumisión. Sin
perjuicio de sentirse un demócrata rodeado por lo que llamaba
«monócratas», Jefferson ganó su reelección
a la presidencia con una ventaja sobre el otro candidato jamás
igualada. Estadista, científico y hombre de frontera en
una sola pieza, fue en términos de pensamiento económico
un fisiócrata que concebía el comercio como «servidor»
de la agricultura. Le espantaba una mecanización que sustituye
el trabajo rural por insalubres bancos de taller, y puso sus esperanzas
en que el nuevo país evitase la conflictividad unida al
crecimiento de una población proletaria, privada por igual
de propiedades y arraigo34.
Obstaculizó casi por sistema a su colega Hamilton, portavoz
de los intereses industriales y financieros, y aunque iba a inaugurar
la inversión estatal en obras públicas miró
siempre con desconfianza el big business, a su juicio aliado
por naturaleza del monopolio y los privilegios.
Nada le preocupaba tanto, sin embargo, como
que la nación pudiera verse llevada a recaídas en
el despotismo, por molicie o debido a intromisiones gubernamentales,
y merece recuerdo su reacción a la Shay rebellion
(1787), una revuelta campesina que estalla en Massachussets mientras
él es embajador en Francia:
«¿Puede la historia mostrar un caso de rebelión
tan honorablemente conducida? Sus motivos se basaban en la ignorancia,
no en la maldad, y Dios nos libre de estar alguna vez veinte
años sin una rebelión semejante [
] ¿Qué
país podrá preservar sus libertades si sus gobernantes
no son advertidos de cuando en cuando de que el pueblo conserva
su espíritu de resistencia? Dejad que cojan las armas35.
El remedio es explicarles los hechos correctamente, perdonar
y pacificarles. ¿Qué significan unas pocas vidas
perdidas en un siglo o dos? El árbol de la libertad debe
ser refrescado de cuando en cuando con la sangre de patriotas
y tiranos. Es su abono natural»36.
Escandaloso para Washington y Adams, que eran
entonces sus superiores administrativos, este espíritu
de rebeldía carece por otra parte de correlato misional,
pues Jefferson coincide con Smith en pensar que «la naturaleza
nos ha dado el encono para la defensa, y sólo para la defensa»37.
El Estado liberal ya no tiene los enemigos tradicionales infieles,
extranjeros, personas de criterio independiente, y debe
defenderse precisamente de la sensación de vértigo
que suscita la perspectiva del autogobierno, cuyo nostálgico
consejo es regresar a la desigualdad jurídica y la uniformización
mental. Democracia es sinónimo de que el ser humano «empiece
a afirmar su grandeza y a reivindicar su honor»38,
y si el ciudadano no lo defiende con denuedo practicará
la idiotez ya denunciada por Pericles, tierra fértil a
su vez para brotes de redención apocalíptica o simple
restauración absolutista.
El consejo de Jefferson a su país preferir
los azares de la libertad a las seguridades de la servidumbre
inaugura en Norteamérica un tranquilo progreso. En países
ni nuevos ni ilimitados los azares de la libertad imponen revoluciones
semi-interminables, como la francesa y el resto de las continentales,
que ilustran las complejidades del cambio en presencia de otras
circunstancias. Madison y Monroe, los Presidentes jeffersonianos,
completan el diseño jurídico de algo que la pluma
de aquél iniciara declarando a la mente «completamente
refractaria a la constricción»39.
Pero quien analiza a fondo el entramado emocional e institucional
del liberalismo es un profesor y vista de aduanas inglés,
que venera personalmente la agricultura sin dejar de constatar
su «decadencia».
III. La libertad como armonía
Amigo íntimo y albacea de Hume, Adam
Smith (1723-1790) no rehuyó las conclusiones generales
definitivas ni el deductivismo, como su mentor, y tuvo siempre
una vida desahogada40.
Su capacidad para concentrarse en razonamientos de gran amplitud
sólo podía compararse con un don para encontrar
ejemplos luminosos, dotes ambas que usó para exponer «el
obvio y sencillo principio de la libertad natural» como
motor simultáneo de hábitos sociales (moral sentiments)
y lógica económica. Ese principio estaba en el aire41,
por no decir que ya expuesto por Hume, pero cobra una contundencia
singular cuando él lo desarrolle en dos fases: mostrando
primero cómo crea emulación social a partir de la
simpatía y el afán de approbation, y a continuación
cómo suscita competencia económica y riqueza
a partir del interés material.
El primer paso lo cumple su Teoría
de los sentimientos morales (1759), un amplio tratado de antropología
donde va deduciendo las virtudes humanas de una espontaneidad
empática, cuya consecuencia es un «amor por lo honorable»
idéntico en la práctica a autocontrol. Lejos de
fundar su optimismo en un cambio general de costumbres, al modo
romántico y dirigista de la Ilustración philosophe,
confía en la inteligencia o astucia objetiva de una naturaleza
humana abierta a cambios graduales. De ahí que el Estado
ni pueda ni deba estimular la virtud con castigos, pues la coacción
legítima se limita a asegurar lo justo frente a la violencia
y el fraude: «Es totalmente correcto, y cuenta con la aprobación
de todos, el empleo de la fuerza para cumplir con las reglas de
la justicia; pero no para seguir los preceptos de las demás
virtudes»42.
La segunda parte del proyecto su Investigación
sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones
(1776) aparece el mismo año que la Declaración
de Independencia y desarrolla también ideas de Hume y Montesquieu,
pero revoluciona el estudio de la economía política.
Su influencia se ha comparado con la del Nuevo Testamento, ya
que reúne lo escindido por éste la benevolencia
y el beneficio con una filosofía de la vida basada
en dominio de sí y confianza. Antes de Smith era un tópico
prácticamente universal que la ganancia de unos se construía
sobre la pérdida de otros, y desde él «deja
de ser necesario que los demás pierdan para que nosotros
ganemos»43.
Si se prefiere:
«Hasta entonces la persona dedicada a enriquecerse había
sido objeto de duda y desconfianza [...] Ahora se convertía
en benefactora pública al cultivar su propio interés.
Nunca se había prestado semejante servicio a la inclinación
personal»44.
1. El proceso autoorganizador. La tara
de sociedades donde la libertad responsable no se reconoce como
bien supremo consiste en que «mejorar de estado» difícilmente
pueda hacerse sin incurrir en violencia o fraude. Lejos de ser
casual, semejante desgracia refleja el hecho de que en ellas «el
interés del productor desborde el del consumidor»,
y «sus soberanos consideren el Estado como algo hecho para
ellos, no al revés»45.
Con mercados competitivos y libertad jurídica, en cambio,
«llevar a un Estado desde el mínimo grado de barbarie
hasta la máxima opulencia pide en realidad bien poco: paz,
impuestos cómodos y una tolerable administración
judicial; el resto vendrá por sí solo, debido al
curso espontáneo de las cosas»46.
Esto es puro Mandeville, pero la Fábula encargaba
a «la diestra gestión de un político habilidoso»
aquello que para el Wealth of Nations depende sólo
de ilegalizar cualquier control sobre las ofertas, asegurando
así competencia. Smith afirma que «la política
de monopolio es una política de tenderos. La única
ventaja que procura a cierto tipo de personas se torna, por conductos
muy distintos, en perjuicio para los intereses generales del país»47.
Por supuesto, la inversión del Estado
en servicios públicos no se reduce sino que aumenta cuando
actúa realmente como servidor del pueblo, en vez de centrarse
sobre la preservación de privilegios. Le siguen incumbiendo
aquellas obras que los empresarios no acometan por ser o parecer
poco rentables, pero al aligerarse de gastos destinados a la gloria
del poder soberano sus ingresos pueden atender a más utilidades
comunes. Junto a caminos, canales y puertos, policía, administración
y servicio exterior, que sencillamente deben corresponder en calidad
al monto de la renta nacional, una sociedad «grande y abierta»
está obligada a combatir los focos de miseria por caminos
imparciales y eficaces. Directamente, ofreciendo educación
gratuita a quienes no puedan pagársela, e indirectamente
estimulando el ingenio con una legislación sobre propiedad
industrial e intelectual.
2. Fines no pretendidos. Smith argumenta
que «bajo protección» la renta absoluta de
una empresa será siempre inferior a la que ofrecería
en régimen competitivo. Las políticas tutelares
parten de algo «tan insensato para una nación como
para un individuo: hacer aquello que puede comprarse más
barato y ya hecho»48,
y pagan esa insensatez con guerras comerciales donde todos pierden.
El sastre no hace zapatos aunque los necesite, el zapatero tampoco
hace ropa aunque la necesite igualmente, y el Estado que ignore
este principio producirá bienes más costosos e imperfectos,
condenándose al atraso y la miseria en nombre de una autarquía
siempre imaginaria. Mutatis mutandis, todo productor dispone
de alguna «ventaja» singular, que prudentemente optimizada
abrirá camino a otra y otras si no topa con restricciones
al intercambio. Generalizado más adelante como teorema
de los costes comparados, este argumento empieza convenciendo
a los redactores de la Constitución norteamericana (1787),
que acuerdan abolir cualquier tipo de peaje o arancel interno.
Por otra parte, el comercio es un juego cuyos
actores aspiran no sólo a lucrarse con cada compraventa,
sino a prevalecer sobre otros en términos de oferta. Su
profesión desembocaría a fin de cuentas en una actividad
no lúdica, como la misional o la militar, de no ser porque
sin reglas de fair play nadie podría ni retener
tranquilamente lo ganado ni aspirar a ganarlo. Dado que dichas
reglas las tres leyes fundamentales de la justicia
no pueden suspenderse sin fulminar la propia actividad mercantil,
el hecho de que todos los «traficantes» aspiren a
evitar la existencia de competidores queda en mera aspiración,
estimulando más bien una rivalidad que favorece al consumidor.
Además de evitar el agravio comparativo inherente a monopolios,
subvenciones y otras medidas proteccionistas, el librecambio funda
un orden no sólo consciente sino inconsciente, que operando
por continuas adaptaciones al medio puede ser eficaz en una medida
cualitativamente superior:
«Ninguno se propone normalmente promover el interés
público, ni sabe hasta qué punto lo promueve [
]
sólo piensa en su ganancia propia. Pero en este, como
en muchos otros casos, una mano invisible le lleva a promover
un fin que no entraba en sus intenciones. Por lo demás,
no implica mal alguno para la sociedad que tal fin sea extraño
al propósito, pues al perseguir su propio interés
promueve el de la sociedad de una manera más efectiva
que si esto entrara en sus designios.
Quien intentase dirigir a los particulares respecto a cómo
emplear sus respectivos capitales tomaría a su cargo
una empresa imposible, y se arrogaría una autoridad que
no puede confiarse prudentemente ni a una sola persona ni a
un senado o consejo; y nunca sería más peligroso
este empeño que en manos de una persona lo bastante presuntuosa
e insensata como para creerse capaz de cumplirlo»49.
Smith no vuelve a mencionar la mano invisible,
sin duda porque le parece una metáfora entre innumerables
otras sobre el efecto objetivo de la libertad. El interés
es precisamente inter est, un «entre» para individuos
en otro caso cerrados sobre sí, que cuando cambian el paternalismo
por el derecho fundan sociedades inclinadas a vivir y dejar vivir.
Allí «todos los hombres se convierten de algún
modo en comerciantes», colaborando con aquella sempiterna
«propensión de la naturaleza humana a permutar, cambiar
y negociar una cosa por otra»50.
Su instrumento son los mercados, cuyo volumen depende directamente
de un invento ajeno a «la sabiduría previsora humana»
como la división del trabajo, que «imparte destreza
y ahorra mucho tiempo». Por caminos anónimos e infalibles,
la especialización «produce diferencias de aptitud
más decisivas que las naturales, pues generan utilidad
mutua»51.
Lo sustancial es en cualquier caso el trabajo,
y «la aptitud y sensatez con que esa actividad se realiza
normalmente». La proporción de empleados y desempleados
constituye un indicador de renta menos infalible, pues en sociedades
«emprendedoras» buena parte de la población
no labora, y a pesar de ello «se halla abundantemente provista»52.
Tan destacable como eso es que el interés del productor,
hegemónico hasta entonces, aquí «sólo
deba atenderse en cuanto sea necesario para promover el del consumidor».
Todos trabajan para que la pasión del trueque vaya pudiéndose
satisfacer en máxima medida, y al hacerlo alumbran un medio
donde «el temor al acaparamiento y a la especulación
resulta tan infundado como el que se tiene a la brujería»53.
IV. La paradoja del valor
Que sea de necio confundir valor y precio, como
alega el refrán, lo argumenta Smith con una distinción
entre precio «real» y «nominal» que incluye
hacer frente a tres cuestiones: 1) «en qué consiste»
el valor, 2) «cuáles son los distintos componentes»
del precio y 3) «por qué discrepan a veces el real
y el de mercado». Lo primero se resuelve definiendo el trabajo
como «medida» del valor, y lo segundo con un análisis
que descompone el precio en «salario, beneficio y renta
[de la tierra]». Lo tercero, que es la discrepancia entre
precio real y nominal, nace de un desfase entre ofertas y demandas
que el propio mercado suscita y resuelve.
En efecto, cuando cierto bien lo solicitan más
compradores de los previstos o posibles esa circunstancia les
lleva a competir para adquirirlo, y pasan a pagar más de
lo que exige cubrir los salarios, el beneficio y la renta. Sin
embargo, el propio incremento en el flujo de pagos no puede sino
atraer inversión a dicho sector, que al multiplicar la
oferta corrige el alza. El mismo movimiento induce la baja cuando
hay oferta excesiva, y reacondiciona el suministro hasta producir
otro precio. No hay nada parecido al justiprecio pero sí
un valor acorde con la tasa común de costes, que es «el
precio central hacia el que gravitan los de todas las mercancías»54.
En contraste con el reloj, cuyo programa opera com perfecta indiferencia
hacia su entorno, el mercado es una entidad más orgánica
que mecánica porque procesa sin pausa factores externos,
arbitrando en un juego de ventas y compras cuyo resultado son
secuencias más o menos caudalosas de producción-consumo.
Lejos de imperar, la infinitud de detalle le impone ir a tientas,
identificando los valores por las señales que ofrecen precios
momentáneos.
Sería desde luego más sencillo
un Edicto sobre Precios, como el de Diocleciano, pero la realidad
ha acabado siendo un sistema de apuestas empresariales que Smith
considera capaz de funcionar satisfactoriamente, si no es acosado
en demasía por autócratas políticos, conflictos
laborales y el lastre crónico de una información
imperfecta. El hecho de que los mercados crezcan hasta adquirir
vida propia viene de algo tan ingobernable como la división
del trabajo, que a cambio de «aptitud y sensatez»
en el oficio manda evitar a toda costa el estancamiento, ese permanente
aunque poco confortable refugio para grupos con algún Guía.
Renunciando al voluntarismo, la sociedad se asegura que el trabajo
sea voluntario por mera lógica económica:
«En las manufacturas operadas por esclavos se emplea
por lo general más trabajo, para conseguir la misma cantidad
de obra. [
] Como observa Montesquieu, aunque en regiones
contiguas las minas de Hungría [explotadas por hombres
libres] no son más ricas que las de Turquía [explotadas
por esclavos], las primeras se han trabajado siempre a menos
costo y, por tanto, con más utilidades»55.
Imitando el método de Newton en sus Principia
(1687), Smith declara que evita hipótesis no basadas en
la observación para atenerse sólo a lo empírico56.
Pero es muy difícil romper con el a priori sin excepciones,
como se observa ya en Newton, y un deductivismo soterrado explica
que su teoría del valor sea en la práctica «una
teoría del coste de producción»57.
Esa pauta sugirió a Ricardo y Marx medirlo por horas de
trabajo, y sólo a finales del XIX brillaría lo empírico
del caso: que el valor se fragua en la utilidad de cada bien para
cada adquirente. Un arado vale mucho para el que sólo tiene
otro; un tercer y cuarto arado van valiendo bruscamente menos
aunque sigan costando lo mismo, y pocas unidades adicionales
dejarán de valer para él en absoluto.
La objetividad de la producción no descarta
una subjetividad en la demanda, aunque pedirle a Smith que contase
con esa complejidad añadida sería como pedirle a
Aristóteles que intuyera también la astronomía
heliocéntrica. Varias generaciones de whigs ingleses continentales
tanto como coloniales defendieron la propiedad como application
of labour, un supuesto que consciente o inconscientemente
inclina a igualar precio y coste. Plantearse la mediación
del valor/trabajo por el valor/servicio erosionaba el principio
meritocrático al introducir variables caóticas,
y antes de prestar atención a un factor tan veleidoso Smith
prefirió centrarse en la cantidad y calidad del labour.
1. Presente y futuro. Fuera de ese punto,
y de algún a priori que Hume detecta en su teoría
de la renta, el Wealth of Nations analiza con empirismo
no sólo la grandeza sino los riesgos y mezquindades de
la sociedad «grande y abierta». Una primera lectura
nos deja con su explicación de por qué en algunos
países «las comodidades de un príncipe no
exceden las de un campesino económico y trabajador tanto
como las de éste superan las de muchos reyes de África»58.
Una segunda lectura subraya cierta sociedad asomada a la riqueza
aunque radicalmente mediocre, donde brillan algunas novedades
indeseables:
«Con los progresos en la división del trabajo,
la ocupación de la mayor parte de las personas que viven
de él la gran masa del pueblo se reduce a
muy pocas y sencillas operaciones [
] Esto entorpece la
actividad del cuerpo, e incapacita para ejercitar las fuerzas
con vigor y perseverancia [
] El individuo ha adquirido
destreza para su propio arte particular, pero según parece
a expensas de sus virtudes intelectuales, sociales y morales.
Incluso en las sociedades civilizadas y progresivas, éste
es el nivel al que necesariamente decae el trabajador pobre,
o sea la gran masa del pueblo, a no ser que el Gobierno se tome
la molestia de evitarlo»59
.
Por una parte, «la recompensa real del
salario ha aumentado en este siglo quizá en mayor proporción
que el precio del dinero [
] merced sobre todo a objetos
más útiles y cómodos»60.
Por otra, el Gobierno debe «evitar que se propaguen la cobardía,
la ignorancia desmesurada y la idiotez»61.
La mano invisible a nadie exime de usar las propias, y de no sobreestimar
la ganancia ni infraestimar la pérdida. El hecho de que
la libertad funcione mejor que los planes del jerarca más
sabio sólo traza una línea de salida. Así
como el interés colectivo exige rechazar «todas las
regulaciones por opresivas»62,
asalariados y empleadores traman sin pausa modos de elevar fraudulentamente
los precios, saboteando aquella prosperidad de la cual viven63.
Las asociaciones de patronos son bendecidas por la ley y las de
operarios son perseguidas, aunque una vez salvada esa iniquidad
seguirá siendo crucial no permitir que el consumo sea avasallado
por ningún estamento:
«En rigor, es imposible impedir esas reuniones [de patronos
y de obreros] mediante una ley viable, que sea compatible con
la libertad y la justicia. Pero si la ley no puede impedir que
gentes de la misma profesión se reúnan algunas
veces, nada debe hacer para facilitarlas y menos aún
para hacerlas necesarias»64.
Los precursores de la revolución comercial
luchaban contra los peajes, y sus descendientes se aplican a reinventarlos.
La exigencia de libertad para sí y sujeción para
el resto, libreto de todas las tiranías gremiales, se realimenta
a mediados del siglo XVIII con un trasvase de funcionarios y empresarios,
paralelo a la aparición de corporaciones mercantiles insólitamente
grandes, que seguirán poniendo a prueba el sistema competitivo
en política y economía. Al mismo tiempo, las panaceas
sólo confortan a temperamentos doctrinarios, y la sociedad
comercial no necesita ilusiones ni loas incondicionales. Allí
la virtud cívica seguirá siendo tan necesaria como
en cualquier república, porque sus progresos en población,
renta y empleo son tan relativos como todo lo demás. De
hecho, con la eclosión de artes, ciencias y fábricas
ha llegado un tipo explosivo de desigualdad, y poco antes de terminar
su libro Smith subraya que los dueños de propiedades valiosas
sólo duermen tranquilos gracias «al brazo poderoso
de la magistratura».
Mucho más precaria aún es la situación
del propietario en otros países europeos, a despecho de
que nunca habían sido las gentes tan educadas como a finales
del XVIII, ni menos predispuestas a la guerra civil. Pero la industrialización
empieza implicando que el porcentaje general de clase media disminuya
en vez de aumentar, y el aburguesamiento del proletario es algo
que se libra al más largo de los plazos. La complejidad,
que ha llegado a cundir por vías inconscientes, debe atravesar
la mediación de lo simple y consciente por excelencia,
que son las recetas continentales para incorporarse a la revolución
norteamericana.
NOTAS
1
- Spinoza 1965 (1665), p. 334.
2
- Hayek 1995, p. 275.
3
- Smith 1997, p. 418.
4
- «¿Podría un patriota honesto abandonar un
experimento en el apogeo de su éxito [
] por temor
a que este gobierno pudiera carecer de energía para preservarse?
Confío en que no. Al contrario, considero que éste
es el gobierno más fuerte de la tierra, el único
donde cada hombre, ante el llamamiento de las leyes, haría
frente a invasiones del orden público como si se tratase
de su propio asunto particular»; Jefferson 1987, p. 333-334.
5
- Ibíd p. 334-335. A esto añade «justicia
igual y exacta para todos, [
] difusión de información
y denuncia de todos los abusos ante el estrado de la razón
pública; libertad de religión; libertad de prensa;
libertad de la persona
»
6
- Spinoza 1965, p. 21. Quince años antes el Leviatán
había afirmado que «el único modo de erigir
un poder común [
] es conferir todo poder y fuerza
a un solo hombre»; Hobbes 1979, p. 266-267.
7
- Ibíd, p. 329.
8
- Ibíd, p. 331.
9
- Spinoza 1677, en Banfi (Porto-Bompiani 1959, vol. X, p. 289).
10
- La Restauración, que sigue a muerte de Cromwell y se
prolonga hasta la monarquía constitucional inaugurada por
el holandés Guillermo III, es «un periodo en el cual
el comercio y la riqueza del país crecieron como nunca
antes» (Hume 1983, vol. VI, p. 537).
11
- Locke menciona en el Prefacio que perdió «más
de la mitad» del manuscrito original donde quizá
abordaba el asunto, aunque parece hacer caso omiso del desarrollo
histórico por razones de simplicidad.
12
- II, 7, 87.
13
- Leviatán 1979, p. 399.
14
- II, 9, 95.
15
- II, 19, 243.
16
- II, 5, 47.
17
- Hume 1988, p. 663.
18
- Ibíd, p. 666.
19
- Hume 1983, vol. VI p. 531.
20
- Hume 1988, p. 725 y 662.
21
- «Es difícil encontrar a una persona que ame a otra
más que a sí misma, pero no menos difícil
encontrar a alguien en quien la suma de los afectos benévolos
no supere al egoísmo» (Ibíd., p. 655).
22
- Ibíd., p. 737.
23
- Ibíd, p. 665.
24
- La ley no admite otra excepción a su letra que la equidad,
sinónimo de la adaptación que el juez está
obligado a hacer del precepto a cada caso particular.
25
- Ibid, p. 719.
26
- Del griego syn («unidad») y pathos
(«pasión»), que equivale a ponerse en el lugar
del otro.
27
- Ibid, p. 818.
28
- Common Sense (1776) ofrece a las colonias americanas
los argumentos más sólidos para exigir su independencia.
Rights of Man (1792) es el gran alegato de la revolución
liberal, y The Age of Reason (1794) fulmina los desvaríos
del Terror francés.
29
- Esto sucede casi tres décadas después de que redactara
la Declaración de Independencia, durante las cuales ha
sido sucesivamente gobernador de Virginia, embajador en Francia
(1785-1789), ministro de Exteriores con Washington y vicepresidente
con Adams. La Constitución americana se redacta y aprueba
mientras está en Francia, pero sus hombres de confianza
Madison y Monroe, posteriores Presidentes le representan
a todos los efectos.
30
- Discurso inaugural de 4/3/1801; cf. Jefferson 1987, p. 330-331.
31
- Notas sobre Virginia (1781); cf. Jefferson 1987, p. 281.
Siendo ya anciano añade: «Entiendo por libertad la
acción no obstaculizada y acorde con nuestra voluntad,
dentro de los límites fijados por el derecho idéntico
de otros. No digo dentro de los límites fijados por
la ley porque la ley es siempre tiránica cuando se
inmiscuye en los derechos del individuo» (carta a I.H. Tiffany,
4/4/1819).
32
- Jefferson 1987, p. 282. Esto es llamativamente poco acorde con
el posterior giro de su país hacia cruzadas higienistas
y guerras oficiales contra alcohol, tabaco y otras drogas. En
el mismo párrafo ha dicho que «si el gobierno debiera
prescribir nuestras medicinas y nuestra dieta, nuestro cuerpos
se encontrarían en el estado en el que se hallan ahora
las almas [adeptas al absolutismo]».
33
- Ibíd, p. 283.
34
- Hijo de uno de los mayores terratenientes de Virginia, murió
arruinado por no poder prestar la debida atención a sus
plantaciones, pues se negó a percibir un céntimo
de dinero público mientras fue ministro, vicepresidente
y presidente.
35
- Los rebeldes se habían apoderado de un arsenal federal.
36
- Jefferson 1987, p. 460-461. «Regar con sangre el árbol
de la libertad» llevaba impreso en la camiseta el terrorista
McVeigh, que en 1995 voló un edificio público de
Oklahoma.
37
- Smith 1997, p. 174.
38
- Arendt 1990, p. 51.
39
- Jefferson (1779) 1987, p. 321.
40
- Hume fue un hidalgo muy corto de patrimonio que decidió
vivir en la más extrema humildad para poder dedicarse incompartidamente
a mejorar su «capacidad en el campo de las letras»,
como declara en su Autobiografía. El próspero
Smith vivió toda la vida con su madre, no conoció
mujer en sentido bíblico y alternó una cátedra
primero de Lógica y luego de Filosofía Moral
en Glasgow (negadas previamente a Hume) con un cargo en
Aduanas que ya ocupara su padre. La soltura teórica de
ambos les ha hecho pasar al recuerdo como creadores, aunque tuvieron
en común también una vocación de eruditos
infatigables para empezar, impuestos en todo el saber grecorromano,
y Schumpeter recuerda que «la estatura intelectual»
de Smith no acaba de medirse sin leer textos poco conocidos como
su Historia de la astronomía y su Disertación
sobre el origen de las lenguas.
41
- Ya en 1675 el jansenista francés Pierre Nicole, por ejemplo,
uno de los autores que Smith estudió de adolescente, decía
en sus Ensayos de Moral que «el comercio satisface
las necesidades de la vida sin recurrir a la caridad» (cf.
Siegel 1972, p. 278). Luego llegaría la influencia de Mandeville
y la de su predecesor en el College de Glasgow, el presbiteriano
Hutcheson, uno abogando por el desenmascaramiento de la farsa
rigorista y otro viendo en la human benevolence el sello
del Creador en sus criaturas.
42
- Smith 1997, p. 176.
43
- Rodríguez Braun 1997, p. 26.
44
- Galbraith 1998, p. 78.
45
- Smith 1982, p. 419.
46
- Así lo afirma ya un precoz borrador de Smith, escrito
en 1755; cf. Spiegel 1973, p. 278.
47
- Smith 1982, p. 546.
48
- Ibíd, p. 403.
49
- Ibíd, p. 402.
50
- Ibíd, p. 16.
51
- Ibíd, p. 17-18.
52
- La proporción de no empleados pasa a ser una variable
de gran peso cuando como sucede tan a menudo en Asia, África
e Iberoamérica sólo trabajan las mujeres,
adoptando los varones una existencia de zánganos. En zonas
islámicas sucede justamente lo inverso; sólo puede
emplearse el varón, pues la costumbre de vender a las hijas
y venderlas vírgenes impone una reclusión
doméstica del otro sexo.
53
- Ibíd, p. 473-4.
54
- Ibíd, p. 56-57.
55
- Ibíd, p. 610.
56
- El método newtoniano consiste en «pasar de los
fenómenos a [inferir las correspondientes] fuerzas de la
Naturaleza, y luego demostrar los otros fenómenos a partir
de esas fuerzas» (Newton 1987, p. 6).
57
- Schumpeter 1995, p. 359.
58
- Smith 1982, p.15. Ya en su Teoría de los sentimientos
morales presentaba la Inglaterra del momento como un espacio
donde por cada persona doliente y mísera pululan una veintena
de sujetos alegres y prósperos.
59
- Ibíd, p. 687-8.
60
- Ibíd, p. 76.
61
- Ibid, p. 692
62
- Ibíd, p. 118.
63
- «Rara vez suelen juntarse gentes ocupadas en la misma
profesión u oficio -incluso cuando lo hacen sólo
para distraerse o divertirse- sin que la charla gire en torno
a alguna conspiración contra el público o alguna
maquinación para elevar los precios».
64
- Ibíd, p. 125.
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